Nueva York

De mi asombro no salgo

La Razón
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Se hallaba el millonario americano Rufus Carbone, el rey del conglomerado de maderas, en su despacho de la Quinta Avenida de Nueva York. Su principal adversario en los negocios, el también italoamericano John Magnini, había culminado su propósito. Que la gran factoría de Carbone ardiera como una tea. Carbone estaba hundido. Pero no había pruebas del ataque terrorista –que lo fue–, de las hordas de Magnini. En vista de ello, se unió a Robert Gussan Jr., buen empresario del sector, para terminar con Magnini. Guerra declarada. Pero Gussan Jr. Se alió con Magnini y en diez días terminaron con el imperio Carbone. Entonces, a Carbone le puso los cuernos su joven mujer con Gussan Jr., y el hijo de ambos, Marius, fue nombrado por Magnini vicepresidente de la empresa que había arruinado a su padre. Se hallaba Rufus Carbone en su despacho de la Quinta Avenida de Nueva York, cuando ingresó en el recinto Cinthia, hija de su primer matrimonio. Cinthia era una belleza. «Papá, tengo que darte una buena y mala noticia al mismo tiempo. La buena, es que vas a ser abuelo. La mala, es que el padre de mi hijo es Magnini». Y ahí, en ese momento, pronunció su sentencia histórica el destruído Rufus Carbone: «De mi asombro no salgo».

Parecido lío se está produciendo en Libia. Gadafi, el singular criminal, ha sido atacado por sus antiguos amigos y clientes. Los dirigentes occidentales han necesitado cuarenta años para convencerse de que es peor que un alacrán. Entonces Obama, seducido por Sarkozy, decidió atacar a Gadafi para derrocarlo. Zapatero se unió a la guerra con entusiasta frenesí. Obama y la ONU, nada más y nada menos. En Libia, además de Gadafi y sus tropas, están los rebeldes y las suyas. «Hay que ayudar a los pobres y valientes rebeldes», le dijo Obama a Sarkozy. «Pásalo». Y Sarkozy se lo pasó a Zapatero, que a su vez, se lo pasó al Primer Ministro de Dinamarca. Y partieron las tropas para quitar a Gadafi y situar en el poder a los rebeldes. Sucede que nadie se interesó por conocer a los rebeldes. Soltaron sobre las cabezas de Gadafi y los suyos toneladas de misiles. Los rebeldes a los que nadie preguntó a qué se dedicaban, ganaron terreno. Se cumplía el décimo día de esa guerra tan extraña, cuando Obama supo que uno de los jefes de los rebeldes era Abdul Hakim Al Hasidi, un terrorista de Al Qaeda, durante algunos años huésped obligado en Guantánamo. Y llamó a Sarkozy. «Oye, que entre los rebeldes que no sabemos quienes son y a los que estamos ayudando tanto, están los de Al Qaeda. Pásalo». Y Sarkozy se lo pasó a Zapatero, el cual, como está mandado, se lo pasó a su vez al primer Ministro de Dinamarca. Esta novedad, que todos los habitantes de la tierra conocían excepto Obama, Sarkozy, Zapatero y el Primer Ministro de Dinamarca, ha creado una angustiosa confusión en las Fuerzas aliadas, con mando de la OTAN y sin mando de la OTAN, que eso tampoco está muy claro. Creo que Obama se tiene que sentir como Rufus Carbone, el ex rey del conglomerado de maderas en su despacho de la Quinta Avenida. Los de Al Qaeda derribaron las Torres Gemelas, un avión de pasajeros y estamparon otro contra el Pentágono. En España se llevaron más de un centenar de vidas por delante el 11 de marzo de 2004. En Inglaterra, el atentado en el Metro de Londres. Y los están ayudando para quitar a uno de sus mejores clientes en la compra de armas y en la venta de petróleo. Sucede que ni Obama, ni Sarkozy ni Zapatero son de frases, como Rufus Carbone, acuñador de su famosa «de mi asombro no salgo». Y ahora, a ver qué hacen.