Berlín

Juan Pablo II la Inmaculada y la Piazza di Spagna por Carlos Abella

Durante siete 8 de diciembre consecutivos tuve el inmenso honor de recibir al nuevo beato Juan Pablo II en la famosa Piazza di Spagna de Roma, donde por tradición desde 1854, en que fue inaugurada por Pio IX la famosa columna coronada por la imagen de la Virgen Maria en su Inmaculada Concepción, han acudido puntualmente a las cuatro de la tarde todos los papas.

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Todos los 8 de diciembre la plaza aparece tomada por las fuerzas vivas y el pueblo romano que espera al Papa para rezar con él ante la Inmaculada.Son momentos inolvidables y de gran emoción. Como es sabido, Juan Pablo II había hecho de la oración, y particularmente del rosario, la fuente de su vida, el sostén de los grandes padecimientos de su vejez y el motivo de su buen humor y alegría. Lo primero que hacía al visitar diariamente su capilla privada era recogerse en oración. Dicen los más allegados que podía permanecer horas rezando y de rodillas.

La oración, según el viejo Catecismo, es encomendarse a Dios y pedirle mercedes. Muchas consiguió el nuevo beato. Rezando prácticamente cambió el mundo. Rezando desapareció el Muro de Berlín y se liberó su querida tierra polaca. Rezando a la Virgen de Fátima desvió la bala mortal de su atentado. Rezando con todos abrió la Iglesia al espíritu ecuménico y fraterno con todas las religiones. Rezando pedía continuamente por los más necesitados, por los jóvenes y por la paz.

Yo le he visto rezar en la Piazza di Spagna. La multitud enmudecía cuando se recogía en la oración y le seguía en un clamor cuando rezaba las Aves Marías.Para nuestra Embajada, alojada en el Palacio que da nombre a la plaza desde que lo compró el Embajador Conde de Oñate en 1646, ha sido un privilegio ya secular recibir a los vicarios de Cristo en esas señaladas fechas. Cuando llegué, en mi primer 8 de diciembre, solicité una compañía de nuestro Ejército que estaba en servicio en Florencia en la Sofor para rendir homenaje al Papa a su llegada a la plaza.La compañía, en traje antiguo de gala, hizo sonar trompetas y clarines y retumbar tambores. Fue una sorpresa que mucho había gustado al Papa.

Conociendo la anuencia papal transmitida por la secretaria de Estado, al año siguiente hice venir de Sevilla a una famosa «cantaora», quien desde el balcón del palacio cantó una emocionada saeta a la Virgen, recibida con «olés» al terminar. Otro año, fue la coral de la Fundación Príncipe de Asturias. Al siguiente, la dotación de la fragata «Santa Maria», que cantó ante el Papa la Salve marinera. Siempre al acabar la visita del Papa a la Inmaculada, recibía el saludo de las autoridades y de nuestra Embajada. Con una afable sonrisa solía decirme: «Gracias, embajador, por esta alegría que aporta de España para la Virgen».

En el año 2003 su salud era ya muy precaria. No me aseguraban que ese año pudiese estar presente en el 8 de diciembre. Pero estuvo. Se movía casi en andas. Pero su oración fue igualmente larga y profunda. El pueblo romano seguía en silencio a aquel Papa que ya todos tenían por santo. Su dolor era el dolor de todos, de toda la humanidad; su fuerza, la fortaleza de la esperanza; su vida, un ejemplo de tesón y oración. La Piazza di Spagna recordará siempre a Juan Pablo II, arrodillado y sumido en la oración ante la Inmaculada. ¡Loado sea el nuevo beato!

Carlos Abella es un gentil hombre de Su Santidad y embajador de España