Literatura

Buenos Aires

Ernesto Sabato al final del túnel

El último grande de las letras argentinas falleció ayer, a la edad de 99 años, tras varios enfermo. El premio Cervantes se caracterizó por su combatividad incansable, la lucha por los derechos humanos y comentarios que trataban de influir en la arena política

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Magro, sombrío, con un dolor casi permanente en el rostro, el paso de Ernesto Sabato por la vida deja una huella indeleble a pesar de lo escasa de su obra y de su presencia con cuentagotas en la vidriera pública. El escritor no pudo cumplir su última voluntad, «me gustaría ser eterno y, si no ser eterno, me gustaría por lo menos vivir un tiempo razonable, unos 2000 años por lo menos», le decía a su hijo Mario hace unos días. Pero no fue capaz de burlar a la dama de negro y en la madrugada del sábado fallecía. «Hace como quince días tuvo una bronquitis y a la edad de él esto es terrible», explicaba su mujer, Elvira González Fraga. «Amaba profundamente a España y a los españoles, le interesaba su historia pasada y reciente. Siempre deseaba regresar», dijo a este periódico su viuda.

«Mi padre estuvo yéndose desde hace mucho tiempo. Hemos logrado que todos respetaran su intimidad, pero éste es el final de un camino que emprendió hace ya un tiempo largo», puntualizó el hijo de Sabato a LA RAZÓN en la puerta de su casa en Santos Lugares, donde ayer miles de amigos y argentinos le acompañaron en su último viaje.

Ernesto Sabato, escritor esencial de las letras argentinas del siglo XX y hombre ateo, polémico, defensor de los derechos humanos, desilusionado de la civilización y pintor de horrendas imágenes oníricas, será recordado, ante todo, como un utópico.


Descreído de sus dotes
«Yo escribo porque si no me hubiera muerto, para buscar el sentimiento de la existencia», confesó Sabato, quien en el ocaso de su vida dejó su testamento espiritual en «Antes del fin», un libro en el que un Kafka de fin de siglo indaga sobre la perplejidad y el desconcierto del hombre contemporáneo. Además del Premio Cervantes de 1984, nueve años antes había obtenido el Premio de Consagración Nacional de la Argentina y, uno más tarde, el Premio a la Mejor Novela Extranjera en Francia por «Abaddón el exterminador». Pese a los reconocimientos internacionales y a transformarse en uno de los iconos populares de la literatura de su país, Sabato descreía de sus dotes. «Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito a la mañana», declaró.

La política lo encontró en las filas de la Juventud Comunista y enfrentado al peronismo en la década de los 40, pero su máxima expresión de compromiso social la demostró en la primavera democrática a mediados de los 80, cuando presidió, por deseo del presidente Raúl Alfonsín, la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep). El informe de este organismo, conocido como «Nunca más» o «Informe Sabato» y prologado por él mismo, fue base del juicio a las Juntas Militares en 1985, considerado el Nuremberg argentino. Para muchos, Sabato era como un barómetro que medía el estado de su propio país. A Sabato le dolía Argentina; le dolían la dictadura, las desapariciones y la injusticia. Nacido el 24 de junio de 1911 en la ciudad bonaerense de Rojas, el penúltimo de once hijos, Sabato intentó primero comprender el mundo a través de la ciencia y se doctoró en Física en la Universidad de La Plata. Decepcionado por la ciencia, abrazó la literatura y ese mismo año escribió el ensayo «Uno y el Universo». Después, con sus únicas tres novelas, «El túnel» (1948), «Sobre héroes y tumbas» (1961) y «Abaddón el exterminador» (1974), traducidas a más de treinta idiomas, se consagró definitivamente como escritor. En los 70, su vida se tiñó por el dolor de la realidad argentina y la satisfacción por los incesantes premios a su carrera, llegados de Alemania, Francia, Italia y España. Bastante más tarde (1984) le llegaría el Cervantes.


Casi centenario
El cumpleaños número 100 de Sabato, el 24 de junio, iba a ser festejado con múltiples actos en todo el país, y hoy iba a ser homenajeado en la Feria del Libro por el Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires. La peor agonía para un creador es la del olvido injusto, el ninguneo. Se puede decir que, a ese respecto, murió en paz, aunque hasta el último suspiro dedicó la vida a escudriñar luces y bajones de sombra. Sabato siempre se resistió a aceptar la idea de un laberinto sin salida.