Santiago de Chile

Isla de Pascua: Superstición a orillas del Pacífico

Surgida de la explosión de un volcán hace tres millones de años, la isla más lejana de cualquier continente nos regala el museo más grande del mundo al aire libre, imponentes moais y una cultura milenaria cuyo único objetivo es proteger su tierra 

Isla de Pascua: Superstición a orillas del Pacífico
Isla de Pascua: Superstición a orillas del Pacíficolarazon

T res siglos después de la llegada del hombre blanco a la Isla de Pascua, son todavía muchos los misterios que quedan sin resolver. Corría el día de Pascua del año 1722 cuando el naviero holandés Jacob Roggeveen se topó con una tierra volcánica, estéril, con cientos de estatuas de piedra con forma humana de hasta 20 metros de altura y 20 toneladas de peso que, situadas sobre una plataforma, vigilaban altivas, serias y de forma imponente el interior de la isla.
Más adentro, en uno de los tres volcanes de la isla, el misterio se engrandece al contemplar las laderas de Rano Raraku, sembrado con más de 300 figuras que parecen emerger del suelo, como si tomaran la energía de la tierra para crecer y aumentar su «maná», poder místico y ceremonial. No es de extrañar que abandonaran la isla y que los que llegaran después tampoco se quedaran. Los habitantes, de piel oscura, más parecidos a los polinésicos que a los americanos, de carácter duro, mirada limpia y trato directo, levantaban el recelo de todos los que llegaban hasta la isla, la más alejada de cualquier continente. A 3.700 kilómetros de Chile, esta isla declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999, es uno de los vértices del Pacífico sur, completado por Tahití y Nueva Zelanda. De ahí que los Rapa Nui la llamen «te pito o te henua» o, lo que es lo mismo, «el ombligo del mundo».
Los primeros habitantes de la isla fueron polinesios de «Hiva», problablemente alguna de las Islas Marquesas. Liderados por Hotu Matua, al que un sueño guió hasta Rapa Nui, siete exploradores llegaron en el siglo IV (aunque existen versiones que sitúan el hecho en el VI e incluso en el XII) a bordo de dos canoas cargadas de una gran diversidad de especies alimenticias y productivas. En un periodo relativamente corto, la población se multiplicó, llegó a 30.000 habitantes y desarrolló una compleja cultura. En esta edad de oro, el centro de la vida de los isleños era el culto a los ancestros, que se manifestó en la construcción de los «ahu» (plataformas) sobre las que se apoyaban las tallas de los moais, grandes figuras de piedra policromada con unos imponentes ojos blancos de nácar. En torno al siglo XV se produjo el colapso de la civilización por la falta de recursos naturales para alimentar a todos sus habitantes y comenzaron las guerras entre las tribus locales. Fruto de estos enfrentamientos se arrancaron los ojos a los moais de las familias rivales y fueron destruidos.
Esta situación marcó un punto de inflexión y el líder religioso dependía de una muestra de portento físico y habilidad: la prueba del hombre pájaro. Cada año, 18 jóvenes acudían a la aldea ceremonial de Orongo, en el impresionante volcán de Rano Kau, para saltar por uno de sus acantilados, nadar dos kilómetros hasta una isla cercana y conseguir un huevo del ave sagrada manutara. El que lo lograba, hacía que el líder de su grupo fuera el gobernante de la isla durante un año.

supervivencia
El carácter del Rapa Nui, constante y luchador, ha evitado su destrucción. La segunda gran crisis se prudujo tras la llegada del hombre blanco, que trajo consigo enfermedades desconocidas para ellos que provocaron numerosas bajas entre los isleños. En 1860, 1.300 supervivientes fueron trasladados a Perú como esclavos. Sólo quedaron 111 Rapa Nui en la isla. Volvieron a resurgir y hoy habitan este rincón del planeta cerca de 4.000, de los que la gran mayoría lleva sangre de sus ancestros.
A día de hoy, la isla sigue siendo un misterio por descubrir. «Lorana» (bienvenido) es la primera palabra que se escucha al bajar del avión de Lan Chile en el aeropuerto de Mataveri. A escasos metros se encuentra Hanga Roa, el centro neurálgico de la isla. Artesanía, mercados, restaurantes, hoteles, pequeñas tiendas y un peculiar teatro donde se pueden presenciar bailes ancestrales: de las danzas guerreras a otras más sensuales, influidas por la cultura tahitiana. Y los tatuajes, una tradición que aún pervive y que utiliza el 90 por ciento de los habitantes de todas las edades, desde niños a personas mayores.
Pocas calles más allá del centro se encuentra Ta Hai, un pequeño resumen de la isla. Allí se encuentra el único moai con ojos de la isla (restaurados), una plataforma con cinco moais, un embarcadero y una construcción de piedra típica de la zona.
Tomando hacia el norte una de las tres carreteras asfaltadas de la isla se llega hasta Ahu Akivi, el único «Aku» ubicado en el interior de la isla y el primero en ser restaurado en 1961. Situados mirando al mar, representa a los siete exploradores enviados por Hotu Matua antes de su viaje colonizador.
Si se toma el camino de la costa este, sorprende la belleza del litoral escarpado, donde el mar choca contra la piedra volcánica rompiendo la tranquilidad de los caballos salvajes y vacas que campan a sus anchas por toda la isla. Tras unos minutos de naturaleza, se llega a Rano Raraku, el volcán que servía de cantera a los Rapa Nui, donde seis hombres armados con piedras de basalto tardaban alrededor de un año en esculpir una de estas esculturas. Este museo al aire libre alberga en las dos vertientes más de 300 figuras. De pie, caídos, rotos, esculpidos en la roca a punto de ser terminados... después, era por la ladera donde se afinaban los últimos detalles.

El espectáculo del sol
Muy cerca de Rano Raraku está situada la plataforma funeraria más importante de la isla, con más de 2.200 metros de largo y 15 estatuas. Arrasada por un maremoto en 1960, fue restaurada en 1995. La belleza del lugar se multiplica si se contempla durante la puesta de sol.
Más al norte están las dos mejores playas de la zona. La primera, Ovaje, resulta ideal para hacer snorkel o buceo, al ser unas de las aguas más limpias del planeta. La segunda, Anakena, es un paraíso para el descanso, con cálidas aguas color turquesa y arenas de coral escoltadas por los ahu Ature Huki y el Nau Nau, restaurados en 1954.
Una buena manera de sentir la tradición Rapa Nui la ofrece Explora, un concepto de viaje en el que prima la riqueza de la experiencia por encima del viaje mismo. Así, ha elaborado 15 rutas diferentes para llegar a lugares remotos, donde la naturaleza aún conserva toda su esencia original, e interactuar con las personas que ahí viven. Cuando el turista se despide con un «maururu», en su foro interno sabe que tiene que regresar. El «maná» de la isla le llama y no puede decirle adiós.
 

>> Cómo llegar. Lan Chile vuela de lunes a domingo de Madrid a Santiago de Chile y de Santiago a Isla de Pascua (www.lan.com).
>> Dónde dormir. En la isla, Posada Mike Rapu, con 30 habitaciones con vistas al mar y elementos propios de la cultura local. En Santiago, un buen hotel para hacer escala es el Ritz-Carlton, de sutil elegancia europea y servicio personalizado.
>> Paquetes. Explora ha preparado varias rutas para recorrer la isla de forma única (www.explora.com).