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El examen americano del príncipe rojo

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PEKÍN- Mientras la vida política estadounidense continúa girando frenéticamente alrededor de la elección del candidato presidencial republicano, en China la alternancia en el poder obedece a un proceso bien distinto. Hace ya meses que se decidió, en alguna sala de reuniones de Pekín, que el actual vicepresidente, Xi Jinping, será quien se ponga al mando del Partido Comunista (PCCh). Ocurrirá en octubre de este año y, meses después, a lo largo de 2013, asumirá también la Presidencia.

Estos dos modos tan radicalmente opuestos de hacer política, el de la primera y la segunda potencia mundial, se verán las caras nuevamente esta semana. El todavía vicepresidente Xi empezó ayer una gira de cuatro días por Estados Unidos en la que no parece disponer de mucho margen de maniobra. Maniatado por las directrices del Partido, se espera que su visita sea puramente formal.

En una entrevista contestada por escrito al diario «The Washington Post», Xi mostró ya un perfil muy bajo. A todas las preguntas respondió con generalidades, largos circunloquios diplomáticos y un sinfín de cifras. Su discurso retórico y exento de polémica contrasta con el debate acalorado y el efectismo mediático de las campañas electorales estadounidenses. Sin ir más lejos, el favorito para enfrentarse a Barack Obama en las presidenciales, Mitt Romney, ha mantenido un tono muy crítico acerca de la situación de los Derechos Humanos en China en toda su campaña, llegando a calificar de «barbaridad» la «ley del hijo único».

Por todo ello, y dejando a un lado las habituales cábalas, los analistas no esperan que del viaje salga nada concreto, más allá de las fotos y los apretones de manos. Xi Jinping ha estado ya de gira por Asia, África y Europa para dejarse ver ante el mundo como futuro hombre fuerte y cabeza visible del relevo generacional en la segunda potencia mundial. Un periplo de presentación en el extranjero que concluye ahora en la plaza más importante: EE UU. Será atendido en la Casa Blanca y el Pentágono, para después continuar en Los Ángeles, donde se encuentra la mayor comunidad china del país; y en Iowa, por cuyas granjas pasó durante su anterior visita. «Es un viaje simbólico más que un viaje de Estado o una gira oficial. No se producirán grandes avances en el diálogo, ni se afrontarán temas importantes», opina Cheng Xiaohe, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Renmin.

Previsiblemente, eso sí, políticos y funcionarios estadounidenses seguirán con atención cada gesto del hombre con el que tendrán que jugarse la relación diplomática más importante de los próximos años, no sólo a nivel bilateral sino también global. Aunque no se tocarán en profundidad esta semana, los puntos de fricción entre las dos potencias son muchos y hace tiempo que el diálogo está estancado. Los frentes van desde la revaluación del yuan, hasta cuestiones arancelarias y de protección intelectual, pasando por las tensiones militares en Asia Pacífico y la postura ante terceros países como Irán, Siria o Corea del Norte. En palabras del viceministro de Asuntos Exteriores chino, Cui Tiankai, «el nivel de confianza mutua entre China y EE UU está por debajo de lo requerido para avanzar en las relaciones bilaterales».

¿Pro occidental?
Algunos esperan que las relaciones mejoren con la llegada al poder de Xi, que conoce bien Estados Unidos, y que representa a una nueva generación más joven y moderna de dirigentes y al que se suele enmarcar en el ala «neoliberal» dentro del Partido Comunista, el llamado «grupo de Shanghái», un extremo difícil de confirmar a causa del hermetismo del gigante asiático. Cierto es, en todo caso, que el actual vicepresidente tiene a su propia hija estudiando en Harvard bajo un nombre falso, a una hermana viviendo en Canadá y a su ex mujer en Inglaterra. «De mi viaje a Estados Unidos me impresionó el avance tecnológico y la hospitalidad y laboriosidad de los americanos», dijo a «The Washington Post».

Como político regional, ha pasado por algunas de las zonas más prósperas de China, como Zhejiang, Shanghái y Fujian, respaldando los procesos de apertura económica. Su biografía está ligada al Partido desde su más tierna infancia. Xi es uno de los llamados «príncipes rojos», hijos de revolucionarios de primera generación, los que lucharon codo con codo con Mao Zedong y muchos de los cuales cayeron después víctimas de las purgas. Su padre, Xi Zhongxun, fue uno de ellos: excluido y encarcelado a principios de los 70 y rehabilitado casi dos décadas después, tras la muerte de Mao. Una vez limpiado el nombre de su familia, Xi Jinping pudo iniciar una verdadera carrera política. Lo hizo en 1979, coincidiendo con los primeros giros aperturistas, como secretario del entonces ministro de Defensa Geng Biao, amigo de su padre.

 

Liderazgo poco personalista
Los politólogos chinos se muestran escépticos a la hora de valorar la influencia que pueda tener la biografía del próximo presidente en el rumbo del país. El Partido Comunista ha ido acorralando cualquier tipo de personalismo, actúa más como una oligarquía que toma las decisiones de manera colegiada, consultando a tecnócratas y huyendo de la caprichosa dictadura unipersonal de Mao Zedong.