Literatura

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Más que una mujer

El Cervantes ha llegado por tercera vez, a lo largo de su historia, a manos femeninas. Matute culmina así una carrera jalonada de premios, en una obra a caballo entre dos siglos, en los varios caminos que se entrecruzan en la narrativa española del amplio período. Se aludirá en exceso al hecho de que su autora sea una mujer que, a su vez, resulta también una de las escasas elegidas por la Real Academia Española.

Matute nunca se ha considerado ella misma como un miembro de la llamada «Gauche Divine», pero frecuentó en alguna ocasión el mítico local de Oriol Regás
Matute nunca se ha considerado ella misma como un miembro de la llamada «Gauche Divine», pero frecuentó en alguna ocasión el mítico local de Oriol Regáslarazon

Y todo ello no deja de ser relevante y significativo, aunque no resulte lo más importante. Porque esta barcelonesa nacida el 26 de julio de 1926, la segunda de una prole de cinco hermanos, educada, como era habitual en su tiempo, en un colegio religioso madrileño, tras pasar en su infancia una peligrosa infección de riñón, a los 8 vive una temporada con sus abuelos en Mansilla de la Sierra (Logroño). Pero escribe ya a sus 17 años su primera novela que le contratará Ignacio Agustí, fundador, con José Vergés, de la revista y editorial Destino. En 1948 publicará en ésta, creadora del Premio Eugenio Nadal, su primera novela, «Los Abel», que había resultado finalista, con la que obtuvo ya considerable resonancia en un ámbito literario de posguerra empobrecido y acosado por la censura. Conviene destacar su precocidad, que se corresponderá con una amplia labor narrativa, en la que cultiva, junto a la novela, el cuento y, desbordante de imaginación, también el relato infantil. En 1952 se casó con el novelista Ramón Eugenio de Goicoechea, del que se separará en 1963. Dos años más tarde se trasladará a los EE UU. Profesando en las universidades de Bloomington (Indiana) y Norman (Oklahoma). Pero ya con anterioridad había alcanzado notoriedad con Fiesta al Noroeste, libro con el que obtuvo el Premio Café Gijón. En 1959, en unas declaraciones a la revista «Ínsula» entiende que la novelas «a la par que un documento de nuestro tiempo y que un planteamiento de los problemas del hombre actual, debe herir, por decirlo de alguna forma, la conciencia de la sociedad, en un deseo de mejorarla».

Pero Matute declara su compromiso, atenta a la expresividad de una prosa lírica, incluso cuando inicia su trilogía que calificará como «Los mercaderes» y que está constituida por «Primera memoria» (1960), galardonada con el XVI Premio Nadal, por la que percibió ya 150.000 pesetas de entonces y el lanzamiento a nivel nacional que suponía dicho premio. Con «Pequeño teatro» (1954) había logrado el Planeta, entonces todavía incipiente, novela que debe situarse al margen de la mencionada trilogía. La segunda parte fue también otra novela memorable, «Los soldados lloran de noche» (1964), Premio Fastenrath de la RAE, y que finalizará con «La trampa» (1969), publicada también por Destino. Pero ya en este período cultiva el libro de relatos y los cuentos infantiles, desarrollando una imaginación que se verá plasmada cuando en 1996 publique en Espasa Calpe su «Olvidado rey Gurú», con el que alcanzó un notable éxito de crítica y público y en la que se traslada a una imaginaria Edad Media, en un reino donde brota lo maravilloso. Su prosa lírica, experimentada y afilada en los cuentos, se ponía a disposición de una novela mágica, llena de aventuras. Sus últimas novelas, «Aranmanoth» (2000) y «Paraíso inhabitado» (2008) seguirán en la misma línea. En 2000 reunió «Todos mis cuentos», publicados por Lumen. En aquella editorial, cuando la dirigió Esther Tusquets, su gran amiga, publicó varios libros infantiles y la novela «La torre vigía». En 1984 recibió el Nacional de Literatura, así como, en otras ocasiones, diversos premios de literatura infantil; en 2007, el Nacional de las Letras. Ingresó en la RAE en 1998, ocupando el sillón K, en el que sucedió a Carmen Conde. La producción de Matute, su obra, diversificada, fruto de un cruce de corrientes, de su sensibilidad y su gran calidad literaria, senior o señora de las letras, bien justificaba el Cervantes. La escritora mostraba ya su interés por él desde hace un tiempo, porque le permite culminar así una carrera literaria a la que siempre ha sido fiel, desde la infancia. Por tantas razones –y no sólo por ser mujer, lo que también tiende a normalizar la historia del galardón– debemos felicitarnos. Tal vez suponga un reencuentro con sus novelas de la década de los años sesenta, que bien lo merecen.