Historia

Sevilla

OPINIÓN: Una aguda definición

La Razón
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Creo que, si se convocara un concurso para nombrar el personaje más antipático de nuestra historia, sin duda se alzaría con tan discutible «galardón» el voluble Fernando VII, de tan triste recuerdo. No obstante, fue en Sevilla donde se le ocurrió su única ocurrencia graciosa y atinada, referida, precisamente, a la volubilidad del pueblo. Tras la Guerra de la Independencia, nuestro personaje visitó Sevilla, por primera vez, y fue recibido con una lluvia de tomates y tronchos de berzas, como respuesta a su actitud resueltamente liberal. A Fernando VII no se le olvidaría tan desagradable recepción. Pasado algún tiempo, y establecido el más riguroso absolutismo, esta vez don Fernando es recibido con delirantes pruebas de acatamiento y entusiasmo. La gente del pueblo, para demostrarle su adhesión incondicional, desengancha de los caballos la carrocería real y la lleva a pulso, entre vítores y aclamaciones de adhesión fanática. Parece ser que, en tal circunstancia, uno de los cortesanos cobistas, que nunca faltan en las representaciones áulicas, quiso halagar al soberano, diciéndole: «Dichosos los reyes que saben inspirar tanto amor a sus vasallos». Fernando VII le replicó, con agudeza e implacable ironía: «Sí, pero éstos son los de los tronchos»... Es algo que no deberían olvidar los políticos: que el pueblo –tan digno de alabanza para otras cosas– siempre está integrado por «los de los tronchos». De ahí que el buen político debería, en todo momento, desconfiar, tanto de los halagos como de las censuras, no siempre con fidelidad a la justicia.