Cataluña

Una vez más: el Papa en España

La Razón
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No es la primera vez que pisa nuestro suelo: en otras ocasiones lo hizo siendo cardenal Ratzinger. Y recuerdo con emoción una conferencia que ofreció a un grupo de profesores en la Universidad Complutense. Allí nos ofreció una de sus profundas lecciones sobre el «error Galileo». No se trata del que cometieran los jueces con el afamado científico, sino del cometido por el astrónomo, de quien todos los investigadores debemos aprender. Pues Galileo sostenía que la ciencia consigue verdades absolutas antes las cuales todas las demás deben replegarse. Y no es así: la ciencia consigue evidencias ciertas que son como escalones para subir hacia el edificio del conocimiento de la Naturaleza, pero que deben ser revisadas y modificadas por los nuevos descubrimientos. Por ejemplo Galileo parecía pensar que el Universo era infinito y hoy sabemos que es inmenso aunque limitado. Y los historiadores, en cada perspectiva abrimos puertas para el progreso. Encerrarse en una memoria histórica es el mayor error que podemos cometer.

Ahora Benedicto XVI, uno de los mejores pensadores de nuestro tiempo, viene a España a darnos, con su presencia y actos, un ejemplo a seguir y también una advertencia. Pisará el suelo de Compostela. Es posible que los historiadores pensemos que no hay pruebas científicas que avaloren la presencia allí de los restos del primer apóstol martirizado. Pero, en el fondo de profunda alegría que se experimenta, hay una enseñanza de extraordinario valor en los calamitosos tiempos que vivimos: todos los seres humanos, cualesquiera que sean los pecados cometidos, pueden alcanzar esa renovación profunda que se asegura al cruzar los umbrales de la debida y fructuosa penitencia. Y el Papa viene a decirnos, en primer lugar a los españoles, pero también a todos los seres humanos, que el valor profundo que esconde la dignidad de la persona humana se enuncia con una sola palabra: amor. Amor a la tierra de la que no es posible abusar; amor a los hombres, reduciendo a su propio límite las diferencias de opinión; amor en definitiva al Creador a quien llamamos Dios, aunque sabemos que no tiene nombre.

Volverá a Roma portando la venera del peregrino, como Dante ya nos lo dijera, «sólo es peregrino el que camina hacia la tumba de Jacobo», pero habrá dejado aquí un tesoro de mucho más valor: sus palabras. Pues ellas se refieren, una vez más, a la profunda dignidad de que se halla revestida la naturaleza humana, como demostró Cristo al escogerla para sí. Pues de esa persona se trata. Tras estos siglos de dura y creciente lucha, el futuro depende de esa revolución que debe ejecutarse en lo más íntimo del espíritu: cerrar los ojos al odio para insistir en la fraternidad. No cabe duda de que ése es el objetivo que persigue Benedicto XVI en ese breve, intenso y por ello duro viaje. Conviene no olvidar tampoco que España debe al Cristianismo lo mejor de cuanto ha sabido transmitir al mundo. De Compostela a Barcelona para instalarse en la Sagrada Familia de Gaudí, cuyo proceso de beatificación se encuentra ya en una fase muy avanzada. No olvidemos que Cataluña ostenta esos tres ejes, Montserrat, donde brotaron a la luz los Ejercicios Espirituales, la Merced y las puntiagudas aristas de la obra capital del gran arquitecto. Esas afiladas puntas que coronan el templo nos están transmitiendo dos mensajes: el valor profundo de la femineidad, que es sentimiento, y los hilos que de aquí hacia arriba permiten una incardinación de la trascendencia en la inmanencia. La presencia del Papa es todo esto y mucho más. No olvidemos que los edificios de Gaudí no son simplemente arquitectura; tienen algo de escultura, es decir, de mensaje que se dirige al mundo en torno. Se aprecia muy bien en Astorga. Son todas estas consideraciones las que nos permiten comprender la importancia que reviste ese viaje al Papa, que es anuncio de otro, más comprometido todavía. Lo que Ratzinger, desde Múnich o desde Roma, lo que Benedicto XVI desde los diversos escenarios no trata de enseñar es precisamente esa reclamación del cambio en la conducta. Tras dos siglos muy tensos, la Sede romana se encuentra ahora en condiciones de presentarla al mundo, y no sólo a sus fieles, es lo que el Concilio Vaticano II ha tratado de decir. La Iglesia tiene respuesta para todos los problemas e incidencias que hoy atenazan a la sociedad, y pone su respuesta en actitud de servicio gratuito a la sociedad, porque gratis también las ha recibido. No se trata de soluciones rigurosas y esquemáticas sino de propuestas de las que todos los seres humanos pueden beneficiarse: esa invocación a la Sagrada Familia nos permite evidentemente recordar que es la familia la primera, la más natural y, por ende, la más sustancial de las células sociales. Y en la raíz de la misma se encuentra el hombre y la mujer, que no son piezas gemelas sino complementarias, pues al unirse, para provocar la transmisión de la existencia y del amor, se convierten en una persona humana al completo. Por consiguiente los Estados deberían tener en cuenta esta primordial cuestión. Si se descuidan las consecuencias serán desfavorables. No estamos formulando un juicio sino constatando un hecho. La tremenda disyunción económica es evidentemente consecuencia de una inversión en el orden de valores. Durante siglos se entendió que la empresa existía para servir bien a la sociedad y para crear y sostener empleo, sobre el que se edifica la familia. Ahora decimos lo contrario: está ahí para ganar dinero. Hemos cambiado los medios por el fin. Mientras no se ejecute una reconversión en los valores no saldremos de la trampa. Esto es lo que, en muy numerosas ocasiones, Benedicto XVI viene repitiendo en sus discursos. El viaje a España reviste, en consecuencia, una gran importancia: todos deberíamos estar atentos para escuchar sus palabras, meterlas en la mente y meditar. La ayuda puede resultar prodigiosa.