Sevilla
Esperando pacientemente la «decisión del de arriba»
En la calle Águilas, la banda recibió la lluvia de pétalos que debía haber «regado» a la Virgen de los Desamparados.
SEVILLA- Los paraguas sustituyeron a las gafas de sol, las lágrimas de desolación a las de emoción y la radio se convirtió en el acompañante perfecto entre los valientes que, a pesar de la lluvia y los malos pronósticos, se echaron ayer a la calle sin resignarse a pasar un Martes Santo en blanco.
La imagen de un nazareno con antifaz celeste deambulando, como perdido, de un lado a otro del comienzo de la calle Águilas alrededor de las 15:30 –la cofradía tenía prevista su salida un cuarto de hora antes– no presagiaba nada bueno para los que en aquel momento se acercaban hasta la puerta de la iglesia de San Esteban. La siguiente señal inquietante que se apreciaba era la escasa presencia de público en las inmediaciones de la parroquia, cada año atestadas a esa hora.
Los llantos hicieron enseguida acto de presencia. La decisión de no procesionar acababa de ser comunicada a los hermanos y los sentimientos estaban a flor de piel, sin tiempo aún de digerir la noticia. Sobre todo, para los más jóvenes. En esos momentos, la experiencia es un grado y aquéllos que cuentan con numerosas estaciones de penitencia a sus espaldas –y varias decepciones de esta naturaleza– mostraban más entereza.
La banda, dándole aún más dramatismo a la escena, comenzó a tocar y enfiló la calle en dirección a la Alfalfa. Tras avanzar unos pasos, los miembros de la agrupación recibieron una auténtica lluvia de pétalos, los mismos que, unos minutos más tarde, debían haber «regado» a María Santísima de los Desamparados –este año, más «desamparados» que nunca– a su salida de la iglesia. Había que buscarles alguna utilidad.
A sólo unos metros de distancia, en la parroquia de San Benito, las noticias volaban, como las nubes, que, a medida que adquirían un tono más negro, iban oscureciendo las pocas esperanzas que aún flotaban en el ambiente de que la historia pudiese tener un final feliz. A las puertas del templo, menos gente de lo habitual y las mismas conversaciones en cada corrillo. «No se deberían arriesgar», opinaban los más cautos, «mira que si luego te llueve, son tres pasos, a ver dónde los metes». «A mí me pareció muy bien lo de ayer del Polígono San Pablo», valoró una mujer.
«Aquí lo que hacemos es esperar la decisión del de arriba», relataba un hombre por teléfono, mirando de reojo al cielo. Las novedades, confusas –ahora sale, ahora no–, que llegaban desde la hermandad de Los Javieres, junto a otra tromba de agua, no ayudaban a calmar los ánimos. Entre tanto, varios vendedores ambulantes aprovechaban para ofertar su género: «¡Agua!», gritaban. Entre los presentes, miradas cómplices y un pensamiento unánime: «Ni en broma».
«Se me ha mojado el ‘capuchino'»
Un pequeño nazareno de San Benito, madrileño, no entendía el porqué de tanta espera bajo la lluvia: «Si no va a salir, ¿por qué no se va todo el mundo?». Él tenía una preocupación mayor. «Se me ha mojado el ‘capuchino'», repetía, con su fino acento capitalino, mientras se llevaba la mano a la cabeza, «con la ilusión que yo tenía...». Su madre, orgullosa, explicaba a los que les rodeaban que éste ya era «su tercer año saliendo».
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