Nueva York
Frivolidad sin complejos
¿Qué tienen en común «Sexo en Nueva York» y «Pretty Woman? Que son un seguro de vida para los canales de televisión. Tanto la película como la serie crean adicción entre los telespectadores, las ven una y mil veces y, aunque se saben el argumento, es un disfrute que se retroalimenta con cada emisión.
Los programadores del canal Divinity sabían que daban en el blanco y tendrían más presencia en el «share» televisivo –un 0,7%, un logro para un canal que nació hace apenas dos meses– por más que los que están al otro lado de la pequeña pantalla ya sepan lo mucho que les gustan a estas chicas los hombres –¿por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?–, aunque en los capítulos finales se decanten por una fórmula más tradicional y tornen al ¿por qué lo llaman sexo cuando queremos decir amor? Hoy, Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda siguen probando y probándose frente a hombres a los que siempre les falta o les sobra algo para llegar a ser su complemento perfecto. Charlotte, a vueltas con la falta de líbido de su pluscuamperfecto Trey; Samantha, a lo suyo: con su visión hedonista de la vida, mientras Miranda sobrelleva su rigidez y Carrie se pone intensa. No debería gustarme «Sexo en Nueva York» como tampoco me satisfacen las producciones de Hollywood sin alma y, sin embargo, ahí estoy enganchada, insatisfactoriamente, pero enganchada. Como ellas a un mal amor. Como yo, a una serie de virtudes ya caducas, pero ideal para entregarse a la frivolidad sin complejos.
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