Cirugía
Mi cáncer II por Paloma PEDRERO
El día que me confirmaron el diagnostico empecé a sentir con enorme firmeza que quería estar con la gente que amaba, que eso era lo único que quería. Pero, curiosamente, sentí también que en mi corazón había muchos más habitantes de los que yo pensaba. Salí del hospital y cogí un taxi para llegar rápidamente a la Escuela donde doy clases de escritura teatral. Allí estaban mis alumnos mirándome, extrañados de mi retraso. Les debía una explicación y se la di: me han retrasado en el hospital, me tendrán que operar pronto, así que hay que ponerse las pilas, chicos. Tenéis que acabar las obras. Di la clase con una tremenda emoción. Era maravilloso estar viva, compartir mi experiencia con ellos, sentir todo lo bueno que tenían adentro. A una de mis alumnas, una chica muy «dura», le di dos besos espontáneos al despedirnos. ¿Te pasa algo?, me preguntó un poco acongojada. Nada le dije, y tú, ¿estás bien? Yo sí, claro. Me encantó su mirada. Vi por primera vez lo que escondía.
Ella también lo vio en mí. No sé por qué, pero estoy viviendo con una calma hasta ahora desconocida. Y, aunque, en momentos, tengo miedo, no dejo que me domine. Voy despacio a los sitios, siento que no me juego nada, miro con profunda admiración el mundo. De verdad, qué buena es la vida, coño. Ver cómo cambia el tiempo, comprarme un capricho, abrazar a mi hija, estar con mis amigos. Ser. En estos momentos estoy esperando a que me digan cuándo me ingresan. Me gustaría que fuese muy pronto, que enseguida las manos expertas del cirujano entren en esa parte de mi cuerpo herido y corten todo lo que no es bueno. Sé que va a doler. Sé que voy a pasar momentos de pánico y angustia. Sé que durante un tiempo voy a ser un pequeño títere en una habitación afligida. Pero tengo unas inmensas ganas de despertarme y oír: todo ha ido muy bien. Sueño con levantarme de la cama blanca de hospital y estrenar la bata que me ha regalado mi chico. Una bata larga y elegante. Y mirar por la ventana.
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