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Cuestión de independencia por José Luis Alvite

La Razón
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Reconozco que me encantaría responder a la idea que tienen de mí las personas que creen que soy un columnista al que su honestidad y su independencia le importan más que su propia vida, un tipo que dedica todas sus energías a mantener una entereza moral incorruptible y su vieja y estoica tenacidad inasequible al desaliento, un coloso de la libertad de expresión al que su letra y su lengua le importen casi más que su propio corazón. Soy honesto, es cierto, e independiente –lo juro– pero no se trata de dos conquistas heroicas, sino del inevitable resultado de ser un tipo desordenado que ha carecido siempre de la disciplina y del entusiasmo que un hombre necesita para malograrse por completo. Me ocurre como a esos héroes que no lo son por su valentía, sino por haber acertado casualmente al huir del combate en la dirección equivocada. Yo creo que a la conquista de la independencia profesional se puede llegar con el recurso de la desidia, del mismo modo que se forjan en el hambre esos liofilizados cuerpos femeninos que dictan los cánones anatómicos de la moda en el vestir. Aunque me daría más brillo ser independiente por propia decisión, debo reconocer que lo soy como resultado de mi propensión neonatal a la pereza. Mantengo cierta tendencia irresistible y natural a la insubordinación y la encuentro tan propia de mí como Martin Luther King consideraba muy lógica su tendencia a ser negro. Así pues, lamento reconocer que no soy exactamente un periodista independiente, sino un tipo desordenado, así que mis conquistas éticas y deontológicas no son en absoluto el resultado de una concienzuda planificación moral, sino la consecuencia fatal de haber vivido siempre con arreglo a la idea de que en el apego a la decencia rige la misma aplastante razón que me lleva a creer que el matrimonio para lo que realmente sirve es para serle fiel a la mujer de otro hombre.