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La Razón
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La revolución del 15-M ha estado amparada desde el primer momento por el poder, más concretamente por el Gobierno socialista. Si el Ministerio del Interior la hubiera querido evitar, lo habría hecho sin dificultad al principio. La protección gubernamental distingue esta revolución de la de Mayo 68, que le sirve de referencia por el tono festivo y primaveral. (Espontáneo, poco: desde el 13 de marzo de 2004, hay quien lleva años soñando con repetirlo y cree haberlo conseguido: para comprenderlo, se leerá con provecho, entre una considerable literatura, el libro «13-M. Multitudes on line»). Se parece a Mayo 68 en los eslóganes, con la diferencia, eso sí, de que lo que entonces acababa en suspenso en las universidades francesas, sirve ahora para conseguir matrícula en las españolas. (Las públicas: se entiende el paro al que están condenados estos muchachos). También recuerda a Mayo 68 en la ocupación del espacio de todos. A diferencia de lo que ocurría entonces, sin embargo, ahora existe toda una red empresarial para rentabilizar estos «happenings». El primer efecto de la fiesta del 15 M será convertir Madrid y otras ciudades españolas en objetivos del turismo alternativo, el mismo que ya ha devastado y al parecer se ha aburrido de Barcelona. Es un turismo barato, de algarada, litrona y saco de dormir, subvencionado, además, porque conocer mundo es un derecho. Es exactamente lo contrario de lo que las economías de nuestras ciudades necesitan. Tampoco mejorará la imagen de nuestro país en los círculos académicos, empresariales y financieros internacionales que tienen capacidad de decisión sobre nuestros bolsillos. La fiesta de Mayo 68 terminó cuando los ciudadanos franceses votaron masivamente al partido y al gobierno, que por casualidad eran de derechas. Lo mismo ocurrió en Estados Unidos. La derecha gobernó trece años más en Francia y veinte, en Estados Unidos. Como se ve, hay muchas cosas que aprender de aquello.