Ponferrada

La esfinge falible

La Razón
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Quienes estábamos allí cuando Barreda se salió de la linde podemos dar fe de lo orgulloso que se fue el manchego de su eclosión de rebeldía precocinada. Me interesa más lo que piensa un dirigente político que lo que declara. Barreda, por una noche, se despelotó en público («¡calzones fuera!») y compartió con el respetable sus reflexiones más sinceras, léase sus cálculos electorales cortafríos. Veo menos relevante su acto de contrición posterior, un falso intento de aguarse a sí mismo. De haber imitado a Bono hubiera obrado al revés: primero vaselina y después lavativa, nunca al revés porque entonces sales tú escocido. Barreda dijo lo que piensa y otros siguen pensando en lo que dijo. No comparto la tesis de que Zapatero ha cerrado en Ponferrada (o en la ejecutiva del lunes) el debate sucesorio: no está en su mano cerrarlo, como ya no estaba abrirlo. El chute de autoestima que ha exhibido tras los pactos paliativos sólo revela hasta qué punto llegó a verse él mismo desahuciado. Su victoria en la fase de clasificación de los Presupuestos es un triunfo político inapelable, pero aún sigue lejos –bien lo sabe– de ganar la Champions. El presidente inaugura su último año de mandato atando la estabilidad parlamentaria al módico precio de ver afeada su conducta persa por aquéllos que ansiaban esculpirle una lápida. La mayor concesión que ha hecho a sus nuevos (y viejos) socios es la de no desmentirles cuando éstos alardean de haberle arrancado un botín enorme. «Solicito permiso, presidente, para presumir en los foros de haberte sacado los higadillos». «Permiso concedido, Urkullu, a mi ya me da lo mismo». Examinados los términos del contrato de adhesión que ha suscrito el PNV, tampoco es para tirar cohetes nacionalistas. Si esto mismo lo hubiera firmado Patxi López le habría faltado tiempo a Urkullu para censurar al lendakari por rendir el alma vasca a cambio de veinte sugus. Zapatero salva el barranco y conserva para sí la exclusiva de fijar fecha de vencimiento a esta legislatura agónica. No es manca la gesta, pero sigue cojo. En el Congreso se ganan las votaciones. Las elecciones son otra cosa. El ardor mitinero redivivo tiene más de placebo que de eficaz antídoto contra la deserción creciente que las encuestas rezuman. Peca de nuevo el presidente de su natural tendencia a hacer lecturas simples de problemas complejos (Iñaki Gabilondo dixit). Confunde el fulgor de la noticia diaria con la prospección geológica del terreno que pisa, la coyunda con la coyuntura, el flotador con el barco. Ignorando su reciente historia, vuelve a ejercer de profeta inflamado en hipérboles para afirmar que «las reformas ahora emprendidas garantizan el bienestar de España para los próximos veinticinco años». Suena a broker político que promete rentabilidad máxima a un inversor arruinado. El líder falible insinúa estar dispuesto a repetir; intuyo que él se sabe en retirada. Me interesa más lo que piensa un dirigente político que lo que declara, pero la esfinge camufla su indecisión en la cábala.