Historia

Crítica de libros

Un vestido como aquél

La Razón
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Mi costumbre de contar las cosas conforme me suceden me plantea problemas cuando mi acompañante adopta una actitud reservada por temor a verse delatada días mas tarde. Yo suelo advertirles que tengo por costumbre contar mis intimidades más delicadas sólo cuando haya transcurrido algún tiempo, no porque sea un tipo prudente, sino, lisa y llanamente, porque creo que son muy pocas las historias que no mejoran cuando por culpa del paso de los años se recuerdan mal. A medida que pasa el tiempo la revelación de un asunto deja de ser una indiscreción para convertirse casi siempre en una hermosa e indolora evocación, en un relato breve, a veces incluso en una novela. Puede ocurrir que en la trascripción del pasado uno no sea fiel a lo ocurrido, pero es en cambio leal a lo que recuerda. A mi amiga S. le pedí en una ocasión que no se preocupase por no haber acertado en la elección del vestido que se puso para cenar aquella noche. Le dije: «Puedes cenar tranquila. Soy muy despistado para mi vida social. Me fijo con retraso en las cosas. Llego a destiempo a la actualidad igual que siempre llegué tarde a los trenes. Tu ropa es lo de menos. Te recordaré arreglada de otro modo cuando por fin dentro de algunos años me fije en cómo vas vestida esta noche. Te aseguro que permanecer en mi vida es siempre menos interesante y menos agradable que perdurar en mi recuerdo». Al cabo de dos o tres años describí aquella noche cenando con ella en uno de esos restaurantes de la costa en los que las flores de la mesa desprenden su fragancia a medida que se mustian en la mesa y reviven en el recuerdo. La primera vez que mi amiga S. leyó uno de mis textos dedicado al recuerdo de aquella cena, se sorprendió de que hubiese reconstruido con tanto detalle el menú, la música ambiental y casi todas las frases de una conversación de la que ella recordaba apenas su disculpa por haber elegido mal un vestido del que yo, por supuesto, ni me acordaba. Se extrañó mucho de las abundantes frases que yo le había atribuido. «Yo no hablo así, la verdad, lo reconozco. Además, aquella noche estaba algo cortada y creo que ni siquiera abrí la boca para meter en ella lo poco que fui capaz de cenar», dijo. Y yo le di la explicación más sincera que encontré a mano: «Podría haber recordado mejor lo tarde que llegaste a la cena y lo caro que me salió el menú. Pero eso serían datos, precisión, hechos concretos. Créeme, amiga mía: tratándose de emociones, la realidad siempre da peor resultado que la literatura. Por cierto, acuérdate de ponerte de verdad algún día un vestido como el que aquella noche recuerdo que llevabas puesto»…