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Santiago de Chile

Simon McBurney: «Las ideas son más poderosas que cualquier dictador»

La compañía Complicite regresa al Festival de Otoño con «The Master and Margarita», un texto laberíntico de Bulgakov

Simon McBurney: «Las ideas son más poderosas que cualquier dictador»
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Aplaudidos por la crítica internacional desde hace tres décadas, la compañía teatral Complicite, con su fundador y director Simon McBurney a la cabeza, regresa a Madrid –su última visita fue en 2005– para participar en el Festival de Otoño en Primavera. Les podremos ver del 13 al 15 de mayo en los Teatros del Canal encabezando, junto a Robert Lepage y Peter Brook, la primera semana del certamen. Complicite llega con «The Master and Margarita», adaptación escénica de la totémica y críptica novela de Mijail Bulgakov, un laberinto de realidades y épocas. ¿Qué nos ofrece un autor ruso condenado por el estalinismo interpretado por una compañía inglesa? McBurney lo explicó a LA RAZÓN desde Londres.

-«The Master and Margarita» es una obra compleja. ¿Bulgakov no podía hablar con claridad?
-No creo que eso sea cierto por completo, aunque el libro consiste en muchos niveles y es verdad que parte de su complejidad tiene que ver con la idea de que no todo podía ser dicho en su superficie. Pero mucho viene de las ideas que aborda: es una historia sobre un hombre, el maestro, que ha escrito una historia. Y ésa trata sobre Poncio Pilatos. Pero no conocemos al autor hasta la mitad del libro. La novela, que transcurre en 1930, arranca con la llegada a Moscú de Satán, o alguien diabólico, aunque no está muy claro. Se sienta en un banco, cerca de dos hombres: uno de ellos está tratando de convencer al otro de que Jesús nunca existió. Satán les dice que no está de acuerdo y comienza a contarles el encuentro de Poncio Pilatos con Jesucristo. Y esto hace arrancar la historia, que es la misma que había escrito el maestro. La complejidad viene de que realmente no sabemos quién es el autor. Además, el encuentro de Pilatos y Cristo ha marcado la civilización occidental durante los últimos 2.000 años, dándonos ideas del bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, constantemente interpretadas y tergiversadas, y que han dado lugar a actos tiránicos.

-¿Pero refleja un poco la desesperación de Bulgakov, a quien el estalinismo condenó al ostracismo?
-Sin lugar a dudas, hay algo más que un poco de desesperación. Pero el libro nunca trata sólo sobre la vida de Bulgakov, que fue un autor muy grande como para andar llorando sobre su circunstancia. En el fondo, nos habla de la condición humana. Y sí, hay un profundo mensaje político: la autoridad impone una historia del mundo que no es necesariamente cierta. Y desde luego hay paralelismos entre el autor en el asilo que quema su libro y la vida de Bulgakov, quien de hecho hizo arder su propia novela. Lo que es extraño es que Satán, en «The Master and Margarita», dice: «Es imposible. Los manuscritos no arden».

–¿Qué quiere decir con eso?
–Que las historias nunca desaparecen, tienen vida propia.

–Sin embargo, las dictaduras pueden imponer su verdad y destrozar la obra de un autor, aniquilarlo...
–Pueden, pero Bulgakov es la prueba viviente de que los dictadores van, vienen y caen, pero las historias, los poemas, el trabajo de los artistas, las ideas siguen vivas y son más poderosas que cualquier dictador. El egotismo monstruoso de Stalin, al final, fue sobrepasado por la belleza de lo que Bulgakov había escrito.

–Supongo que esta trama, tan compleja, le da mucho juego como director. ¿Cómo la ha abordado?
–Con dificultad. Es un proceso largo y lento. Trabajo con un equipo de actores y el proceso nunca termina del todo. Naturalmente, aunque estés profundamente inspirado por el libro, lo que montarás en escena será algo diferente: no es el libro, sino una respuesta a éste. Todo arte, como contemplación de la vida, es en parte una reacción a lo que ha venido antes. Así, «La flauta mágica» de Mozart responde al trabajo de Bach y lo usa en muchos momentos. La música de Shostakovich se sirve de la obra de Mahler, pero también responde a a los modismos populares y alocados de la rusa soviética. Yo vivo en el siglo XXI, y al mirar a mi alrededor ya no veo la tiranía de Stalin, pero sí otra, de pensamiento, en la que nos dicen constantemente que vivimos en un mundo material y que para mantener esa realidad en funcionamiento debemos ganar dinero, comprar, consumir... Para mí, todo esto es una historia tiránica perpetrada por personas que quieren ganar más. Ahora que el sistema económico se ha colapsado, vemos que este modelo de economía está basado en una mentira. La historia de Bulgakov aborda la misma idea. Nos dice: tenéis una idea del mundo, pero ¿es real? «The Master and Margarita» está vinculada al sentido del presente: la pieza a veces se abre a la improvisación, cambia de una noche a otra, tratamos de crear un tejido vivo, actual, interconectado. Podría darte una respuesta más simple, decir: no hay nada en escena, tan sólo una sillas, una pizarra, 16 actores que se intercambian los papeles... Pero todo eso no significa demasiado. Creamos las escenas con poco, apenas algunos aparatos, aunque usamos tecnología sofisticada, luz, vídeo, sonido, como es normal en una producción del siglo XXI... Todo está integrado en el cuerpo humano, que es lo primero. Una historia parte de que yo me pongo enfrente de ti para contarte algo.

-¿Se puede hablar entonces de un sello de Complicite: un trabajo actoral cuidado, tecnología y algunos objetos?
-No me gustan nada las marcas. Lo que más me interesa es la invitación a la imaginación del público. Eso está en la esencia del teatro, que es algo realmente ridículo: tienes a unas personas aparentando ser otras y el público participa en esa farsa, en esa mentira, con total conocimiento. Necesitamos historias para que el mundo tenga sentido. Al principio, miramos al cielo de noche y comenzamos a contar historias sobre las estrellas. En «The Master and Margarita», Satán dice mirando al público: «Sí, tienen todos esos trenes y automóviles, todas esas cosas modernas materiales, pero, ¿ha cambiado el ser humano en su interior?». Es la pregunta que nos hacemos en la obra, la misma que se ha venido planteando una y otra vez el teatro. Porque éste requiere del público. Es lo que trato siempre de hacer: cuantos menos objetos emplees, más usarán los espectadores su imaginación.

-¿Ha cambiado la escena inglesa desde que surgió Complicite hace 30 años?
-Los ingleses son famosos por ser gente poco visual. En francés, la palabra para el público es «espectateur», alguien que observa; en inglés, «audience», alguien que escucha. Hay un sentido más sofisticado de ver las cosas en España o Francia que en Inglaterra. Yo cuento historias en las que pesa tanto lo que ves como lo que escuchas. Por supuesto, cuido lo que se dice, me he criado en la tradición de Shakespeare, pero todo cuenta a la hora de narrar. Me interesa algo que dijo Peter Brook sobre mí y la compañía: «En Inglaterra hay una bella y larga tradición teatral... Y Simon McBurney no es parte de ella». Quizá ahora se ponga en el teatro inglés un énfasis mayor en lo que se ve, y acaso sea en parte gracias a nosotros. Siempre he sido, dentro de mi propio país, un extraño. Por eso he acabado trabajando en tantos sitios diferentes, desde Japón a Broadway, donde he estrenado con Al Pacino, o a Santiago de Chile, donde dirigí a gente en la calle.

-¿Es posible dirigir a Al Pacino?
-Tuve muchas discusiones con él, pero acabamos queriéndonos. Es un hombre increíble y fue una experiencia maravillosa. Mucha gente no le corregía nada, y cuando me conoció y le dije que no iba a hacer algo de tal manera, se sorprendió. Pero creo que se sintió liberado. Los actores son sólo eso, actores. Ninguno es Dios, sólo gente corriente, y Al Pacino, si no fuera lo que es, podría ser un poeta empobrecido en mitad de la calle.


Contadores de historias
Al igual que Robert Lepage, el concepto del teatro de McBurney enlaza con la idea del narrador, el contador de historias: «Vivimos en una era en que nos rodea más ficción, más imágenes, que en cualquier otro momento. Necesitamos a los contadores de historias para guiarnos por la multiplicidad de ficciones», explica. Pocos han podido verles aquí: vinieron en 1994 con «Street of Crocodiles» y regresaron en 2005 con «Measure by Measure». McBurney, además de actor –como anécdota, le pone voz al elfo de mal genio de la saga Harry Potter–, ha dirigido montajes como «A Disappearing Number» (2007) y «Shun-Kin» (2008). y óperas.