
España
Dos por el precio de uno por Martín Prieto
Irse nunca es fácil. Incluso puede ser un arte.Si Zapatero guarda algún rencor es a su propia familia política, pero es un humano. ¿Y Rubalcaba? actuando con todas las máscaras: de Fouché a Pinpinela Escarlata

El escritor y diplomático José María Alfaro fundó hace décadas la asociación de amigos del verdugo de Burgos, al que homenajeaban con una cena literaria anual no por conformidad con la pena de muerte, sino por la singularidad excéntrica del sayón. El entonces ejecutor de aquella audiencia firmaba ripios en un diario local y era conocido por su desinhibida bonhomía. Tradicionalmente el verdugo no usaba caperuz y era tenido por un funcionario al que un par de siglos atrás sólo se le obligaba a distinguirse públicamente con un puntiagudo gorro verde y una escalerita bordada en amarillo, portando una vara para señalar en el mercado sus piezas de consumo sin tocarlas. Los carceleros propalaban sus maneras y delicadeza hasta el punto de que, acomodados los fierros del garrote vil sobre el gaznate del reo, le palmeaba confianzudo: «Tú quédate tranquilo que yo no te guardo ningún rencor».
La macabra anécdota (cierta) me la recuerda Zapatero confesando que se marcha sin rencor porque ello no cabe en la nómina de sus sentimientos. Habrá que agradecerle al caballero que nos perdone como aquel verdugo de Burgos por no insistir en el entusiasmo sobre su gestión. Aunque con justicia se ha criticado a Zapatero por su infantilismo político y su patológica enemistad con la verdad, nadie le está despidiendo con aborrecimiento, sino con alivio.
Arthur Miller escribió «Después de la caída» tras la patética muerte de Marilyn Monroe, intentando razonar el fracaso del matrimonio entre la belleza y la inteligencia. Zapatero y la mayoría de la dirección socialista se están yendo enfurruñados sin intentar siquiera un atisbo de autocrítica sobre todo lo que han hecho mal y su desconexión con una mayoría social.
Sus terminales repiten impávidas que la caída del presidente es consecuencia de la burbuja inmobiliaria originada por el malvado José María Aznar para despoblar el andamio y destruir su propia sucesión, y que la crisis financiera internacional es otra daga del capitalismo apuntada al corazón de la socialdemocracia. Cuando Felipe González abandonó el poder tras su dulce derrota, aseguró que España no cumplía una sola de las condiciones del Tratado de Maastricht, quedando fuera del euro que hoy nos sirve de colchón. El monstruoso Aznar entró en La Moncloa arremangado, llamando al viejito y entrañable José Barea, que por haberlos hecho se sabe los Presupuestos de memoria, y, junto a un tendal de colaboradores, recortó las cuentas hasta dejárselas cuadradas a Rodrigo Rato para que pidiera la entrada en la eurozona sin que se vieran cercenadas las prestaciones sociales. Un almirante esperaba una tarde en la antesala para informarse sobre un necesario pero carísimo proyecto naval, y salió Barea a consolarle porque el militarista Aznar había hecho zozobrar a la Armada.
El varsoviano
Llegó a Napoleón noticia de una modesta agitación en la siempre inestable Polonia y mandó en observación a un general con fama de prolijo con unos escuadrones de caballería. El espadón entró en la capital, incendió barrios sospechosos de turbulencias, fusiló a principales desavisados e hizo correr la posta hasta París con el recado famoso: «Sire. La paz reina en Varsovia». Aquel optimista bien podía haberse llamado Rubalcaba, de quien Felipe González supone que «es un especialista en crear problemas para luego resolverlos».
Apologetas y detractores del candidato del Gobierno se impelen al exceso recurriendo a Fouché, Tayllerand o Maquiavelo y, cuando se calienten los días electorales, se acudirá a Rasputín, Fu Man Chú, al doctor Moriarty, Pimpinela Escarlata y Fanfán la Tulipe. ¡Qué bachillerato habremos estudiado! «El hombre más inteligente en más de un siglo de socialismo»; Bono, otro que tal. Insisten en que duerme cuatro horas. ¿No hay quien ofrezca otra imagen del candidato que la de un excéntrico metomentodo compulsivo en agitación perpetua? Por eso ni se acuerda de quién congeló las pensiones. Como la campaña viene de amenazantes tijeras cortadoras, Zapatero podía haber convocado elecciones, de mucho miedo, el 1de noviembre: Halloween. Entre el contador de nubes y el neutrino veloz acabaremos más tronados que el pacificador de Varsovia.
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