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Mubarak ignora la marea humana y se aferra al poder

En un discurso televisado breve y frío, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, anunció que no se presentará a las elecciones del próximo otoño, poniendo así fin a su largo mandato de 30 años. El octogenario mandatario había evitado abordar el debate sucesorio hasta este momento a pesar de su delicada salud y de la presión popular y de la oposición y echó mano de este recurso ahora en un intento desesperado que no le salvará. El pueblo y la oposición piden su cabeza.

Los manifestantes hacen un alto para cumplir con sus obligaciones religiosas
Los manifestantes hacen un alto para cumplir con sus obligaciones religiosaslarazon

Tampoco parece que consiga apaciguarles la promesa de reformar la Constitución y emprender reformas porque en las calles todos coinciden que en que, para que haya un cambio real, Mubarak debe marcharse. Pero el «rais» egipcio quiso presentarse como un hombre de Estado y dijo que no abandonará el país, que llevará a cabo una transición pacífica y que su nuevo Gobierno cumplirá con las demandas del pueblo.

Mubarak no parece dispuesto a acabar como el tunecino Ben Ali y dijo que quiere morir en Egipto y que será la historia la que lo juzgará, aunque en estos momentos es su pueblo el que lo está haciendo en las calles. Tras su discurso, decenas de miles de personas seguían exigiendo que dimitiera desde la plaza de Tahrir, donde el anuncio fue recibido como un insulto. Aunque a medida que habían ido pasando las horas los manifestantes habían ido perdiendo las esperanzas de que Mubarak cayera anoche, no están dispuestos a conformarse con menos. Ése era el objetivo de la gran manifestación convocada ayer, que debía congregar a más de un millón de personas en el corazón de El Cairo.

A las decenas de miles de egipcios que ya llevaban dos días durmiendo en la plaza de Tahrir el discurso del presidente fue insuficiente. Convocados para pedir la marcha del «rais», empezaron a sumarse desde primera hora de la mañana de ayer miles y miles de personas que llegaban de todos los barrios de la capital y de todos los rincones del país árabe.

Los manifestantes están agotados, llevan días sin dormir, pero sueñan despiertos con que la revolución es posible, y ayer en la plaza de Tahrir la gran mayoría aseguraba que estaba más cerca que nunca la caída de Mubarak. Una joven expresaba a LA RAZÓN con lágrimas en los ojos que no podía creer lo que estaba ocurriendo en Egipto: «Esto me sobrepasa, estoy tan feliz y nerviosa que no sé cómo expresarlo». Sin duda, éste es un momento histórico y los egipcios lo saben, por ello, incluso aquellos que viven en el extranjero regresan para tomar parte en la revolución, como Katem, que nació en Reino Unido y que ha vivido allí toda su vida. Otros muchos egipcios salieron ayer por primera vez después de siete días de crisis. Omar, un treintañero, explica a este diario por qué decidió sumarse ayer a la revuelta tras una semana de protestas. «Mi pueblo me necesita y ya no tengo dudas de que ésta es la revolución del pueblo».

Ningún líder opositor bajó a la calle, ni siquiera el premio Nobel de la Paz, Mohamed El Baradei, quien remarcó ayer que Mubarak tiene que irse para evitar «un baño de sangre». Todas las fuerzas de la oposición coinciden, además, en fijar el viernes como el día D para la marcha de Mubarak.

 El régimen renunció a sacar a la calle a sus Fuerzas de Seguridad y aplastar la multitudinaria protesta, y tampoco cortó las líneas de móvil tal y como hizo el 25 de enero, aunque sí mantenía bloqueado internet. El Ejército fue el encargado de mantener la seguridad en el centro de El Cairo y de defender el derecho del pueblo a manifestarse y a expresarse por primera vez de forma tan libre en las calles egipcias, donde ya se respira aire de libertad y democracia. Los militares establecieron controles en los accesos a Tahrir, con el apoyo de manifestantes, para evitar la entrada de violentos.