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Esa gran derrota luminosa

Diez años: Irene llega de la escuela y descubre a su madre ahorcada de una viga. Tres décadas después, es una profesora jubilada, atrapada en un matrimonio sin amor junto a un hombre obsesionado con la construcción de una cabaña en una remota isla de Alaska, sin la más mínima planificación

David Vann publica su segundo libro, otra vez con nombre de isla
David Vann publica su segundo libro, otra vez con nombre de islalarazon

Completando este círculo claustrofóbico, conocemos a los dos hijos: Rhoda, que pasa los días preocupada esperando que su novio dentista le pida matrimonio, y su hermano Mark, porrero a tiempo total y pescador a tiempo parcial. La historia siempre vuelve a Irene y Gary, que rebota sobre el único personaje silente y omnipresente: Alaska. Un territorio de envergadura mitológica para Vann.

La primera mitad de la novela pivota sobre estas relaciones hombre-mujer, infelices, como si el autor no pudiera decidir cuál de las historias desea contar. Pasado el primer centenar de páginas, el texto se enciende y comprendemos que estamos ante una narrativa teleológica, pues el autor tiene su punto final predeterminado. Su primer libro, «Sukkwan Island», parte del suicidio real del padre del escritor, la invitación no atendida por él para pasar una temporada juntos en Alaska, la culpa de los años siguientes y la reelaboración literaria del suceso en torno a un padre y un hijo que sí tienen una segunda oportunidad. En éste, Vann se inspiró en la vida de la familia de su madrastra para conducirnos a una atmósfera claustrofóbica donde se respira el drama venidero. ¿Acaso el sentido común está ausente en ese paisaje boreal?

Apasionado por la navegación, dice Vann de sí mismo que tiene una habilidad para hundir barcos, y lo demuestra en este libro, con el que golpea como un afilado iceberg en la línea de flotación del lector. Hay que sumergirse en la frialdad aparente de sus páginas, para apreciar todo su calado, a merced de una prosa que es pariente de la de Hemingway, McCarthy, con unas gotas de Salinger, Tobias Wolf y un nítido referente faulkneriano.

Menos logrado que su anterior entrega, pero igual de inhóspito, pertenece a esa estirpe de libros sobre las derrotas luminosas. Esa heráldica literaria en la que la evocación de la pérdida deja de ser una deriva estética para convertirse en una verdadera ética.