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Amistades peligrosísimas

La Razón
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Antes de que John Malko-vich chantajeara a George Clooney con el café, avanzaba maneras en «Las amistades peligrosas». También José María Odriozola, lanzador de mensajes subliminales antes de bañarse en púrpura y de fantasear con ese halo de infalibilidad sólo por él apreciado. No he creído jamás a los directores de los equipos ciclistas que se hacían cruces cuando pillaban a uno de sus corredores en renuncio. Casi, ni al patrón escandalizado. El presidente y director técnico de la Federación Española de Atletismo ha hecho pis fuera del tiesto. Y muy seguido. Al dar la cara el día 13, aunque lunes, quiso parecerse a la cándida y párvula Madame de Tourvel (Michelle Pfeiffer) y resultó ser la perversa y fascinante Marquesa de Merteuil (Glenn Close). Le sobraron declaraciones, victimismo, el reto de 2012 y la alusión al clembuterol de Contador por defender a Onya. No acabó ahí su interpretación y el miércoles acudió a la Gala del COE para recibir una placa que le habían asignado tres semanas antes. Pudo ahorrarse el papel de Vizconde de Valmont (Malkovich), un seductor tan amoral y depravado como la Marquesa de Merteuil, y evitar las críticas a quienes de rebote, como Alejandro Blanco, por encima de todo amigo de sus amigos, las reciben de los hastiados de la presunción de inocencia general. Los bichos redomados son personajes tan viejos como el oficio más viejo del mundo, y, sin embargo, tan de moda. Cambian los tiempos, no los protagonistas ni los comportamientos. Una carta, un fax, un correo electrónico, habría bastado a Odriozola para excusar su presencia en la gala, recuperar temporalmente la ingenuidad de la Pfeiffer y evitar las murmuraciones contra Alejandro. Lo otro, amistades peligrosísimas.