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La Razón
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A mucha gente, y a mí también, le gustan las antiguas calles ahora peatonales del centro de Madrid. Les gusta –muchísimo– la reforma de la calle Serrano y la de la plaza de la Independencia. Aunque los túneles me pongan un poco nervioso, me gusta que la M-30 vaya por debajo del Manzanares, que donde había una autopista haya ahora un jardín, y que se haya recuperado una de las vistas más hermosas de Madrid, desde la ribera oeste del río. También me gustan las reformas hechas al sur de la glorieta de Atocha, y las del metro y las de las comunicaciones. Algunas de ellas, y muchas de las mayores y más costosas, han sido realizadas con la colaboración de la Comunidad e incluso –con más reticencias–del Gobierno central...
Total, que me gusta Madrid tal y como está saliendo de las reformas de estos últimos años. Habría evitado algunos de los caprichos del alcalde, como ese de sus «contenedores culturales», dicho, supongo yo, en uno de los raptos de modernidad que le atacan con alguna frecuencia, pero en fin, los políticos tienen sus egos y sus caprichos que los demás debemos padecer. Me imagino, en cambio, lo que podría ser un Madrid sin reformas –el Madrid de hace veinte años–, y me pregunto si quienes las critican se dan cuenta de lo que están proponiendo. ¿De verdad queremos volver atrás?
Madrid es la capital de uno de los países más ricos del mundo y la capital de una de las potencias culturales del planeta. Es una ciudad global –para eso la hicieron capital– por naturaleza, por vocación. Madrid juega en la liga de Londres, de Nueva York, de París, de Beijing, de Tokio, de las grandes ciudades que contienen el mundo entero, donde se adensa una red mundial de información, de comercio, de riqueza. Pensar que vivir en una ciudad como Madrid puede salir barato resulta sorprendente. Desde la perspectiva nacional, Madrid es el escaparate de España entera, de su pluralismo, de su diversidad, de su ambición: por eso Madrid tiene que tener un tratamiento económico específico. Desde una perspectiva local, Madrid es una megaciudad de casi siete millones de habitantes, que cubre todo el territorio de la Comunidad y requiere la colaboración de todas las administraciones locales.
Acabar con esta colaboración –no siempre fácil, está claro– sería un desastre para quienes vivimos aquí y una catástrofe para toda España. Cuando Rodríguez Zapatero ataca a Madrid también está atacando una forma de ser español, la voluntad de prosperar, de participar en la globalización desde la primera fila, de no volver a ensimismarnos en el provincianismo. Con uno de sus manotazos de déspota de pueblo, Rodríguez Zapatero se dispone ahora a dejar sin trabajo a decenas de miles de madrileños. Está claro por qué tiene que castigar a Madrid… Los madrileños, por su parte, están acostumbrados al ir y venir de gente de poca categoría. Una canción de Séptimo Sello, himno de la nación madrileña, decía: «¡Todos los paletos fuera de Madrid!». Estaba muy bien.