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Mario Vargas Llosa debe el Premio Nobel a su talento literario, a su imaginación, a su trabajo, a su constancia y a su honradez. De eso no le cabe la menor duda a nadie. Aun así, conviene recordar que un escritor no es un hombre aislado e insociable. Él mismo atribuye a Perú, su país natal, una manera apasionada de situarse ante una realidad peligrosa. Hay otros lugares importantes en la vida y la obra de Vargas Llosa. Ahí está Londres, ciudad de elección, al mismo tiempo cosmopolita y sosegado. Y además está España. Fue aquí, en Barcelona, en los setenta, donde Vargas Llosa emprendió la carrera que le ha llevado tan lejos. España, lejos del provincianismo y el retraimiento con los que solemos agraviarla –cuando somos nosotros los provincianos y los retraídos–, lanzó a Vargas Llosa a un horizonte global, como lo es la ambición estética que sustenta su obra. España también proporcionó a Vargas Llosa amparo cuando, en su propio país, un gobernante autoritario lo quiso convertir en un paria. Por entonces los gobiernos españoles, el de González y luego el de Aznar, no habían perdido del todo la sensatez y recordaban el significado de la palabra liberal. Frente al fanatismo supieron mostrarse generosos. Madrid, habiendo tomado el relevo de Barcelona, fue en esos años un lugar de acogida para Vargas Llosa y su familia: a muchos madrileños nos habría gustado que Mario se instalara aquí, pero el trabajo del escritor tiene sus secretos y sus requerimientos. Vargas Llosa, tan elegante, tan generoso, debe algo más a España. En la literatura española, en particular en la novela recién creada en el siglo XVI, en «Tirant lo Blanc» y en Cervantes, Vargas Llosa supo ver algo que era propiamente suyo. También él aspiraba a la obra total, completa, realista y visionaria a la vez, pero que dejara vivir a sus criaturas en una atmósfera que permite la libertad siempre, incluso en los momentos más tremendos. Eso viene de aquí, de nuestra tradición española, y le estamos agradecidos a Mario por habernos devuelto, renovado y ahora premiado, algo que forma parte de lo mejor de nosotros mismos.