Libros

Libros

Frases con luciérnagas

La Razón
La RazónLa Razón

Reconozco que durante mucho tiempo he tenido la idea de que la presencia de cualquier rasgo de color podría echar a perder la tristeza de una frase y que un mendigo vestido de rojo jamás podría mover a la compasión tanto como si lo describiese con ropas oscuras.

Sin embargo, el contraste de esas pinceladas de color puede contribuir a que el contenido emocional de un texto sea aún más expresivo, como en el caso del cementerio en cuya descripción surrealista no falte por la noche bajo la lluvia fucsia una hilera de cipreses verdes cuajaditos de melocotones rojos de los que parece a punto de salirse, como mermelada amarilla, la incandescente pulpa de la electricidad.

A la sensación onírica de un relato nocturno ayuda mucho que en el colofón de la madrugada se aleje por el asfalto azul de la carretera un coche amarillo que al llegar a la curva destiñe la lluvia con un garabato anaranjado al apurar la frenada.

¿No son acaso frenazos de color las pinceladas del impresionismo? Vincent Van Gogh pintó el exterior nocturno de un café en el que la luz sale por la puerta muy subida de amarillo, como brillante orina retenida, casi zumo de trigo en llamas, como si el pintor hiciese pasar al óleo por un megáfono la fructuosa luminosidad interior de aquel bistró. Es cierto que la mala noticia de la muerte no deja de serlo porque alguien prenda otra lámpara en el velatorio, pero yo recuerdo que en mi niñez el cadáver de mi abuela materna me resultó menos trágico y más coloquial en el momento en el que mi madre recorrió la habitación de la difunta llevando en las manos un frutero lleno de uvas, peras y manzanas que dejó en el duelo la sensación de haber visto pasar, emplomada en tres colores, espantando a la muerte, en puntillas sobre el silencio, una diosa de vidrio soplado sosteniendo en sus manos un candelabro de bronce aguado en el que ardía en tres colores un puñado de velas con las llamas de cera.

Durante muchos años olvidé aquello y renuncié a menudo a ponerle color a las frases, temeroso de echar a perder su amargura. Ahora pienso que tal vez estaba equivocado y que no hay que descartar que la oscuridad se pueda describir mejor si de vez en cuando la tenebrosidad de la frase recuerda la sintaxis incandescente de una luciérnaga.