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Problemas ajenos

La Razón
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Es posible que lo de ayer fuera el primer ensayo serio de una movilización de izquierdas contra el futuro gobierno del PP. Las siete u ocho marchas sobre Madrid convocadas ayer al mediodía no iban dirigidas a tomar la capital de España, ni el Congreso, ni la Bolsa. Iban destinadas, como se pudo comprobar en la Plaza de Neptuno, a disimular el escaso eco y la menguada capacidad de movilización de la Indignación. A los indignados se les da bien ocupar plazas, sobre todo cuando cuentan con la protección de Rubalcaba, ministro del Interior. También son muy capaces de organizar protestas violentas, como las de Barcelona, en particular cuando –como ocurría hasta ahora– contaban con la complicidad del Gobierno de la Generalitat. Otra cosa es organizar manifestaciones multitudinarias de verdad, y sobre todo crear un movimiento capaz de dar sentido a esas manifestaciones, más allá de protestar contra el capital, los políticos y la democracia. Es posible que lo que vimos ayer fuera el primer ensayo serio de una movilización de izquierdas contra el futuro gobierno del PP, pero esta posibilidad todavía queda lejos. Más que nada, quedó claro que el movimiento de la Indignación es una pelea interna por el alma de la izquierda. La izquierda no sabe cómo gestionar la crisis con fórmulas propias, ni sabe cómo oponerse a quienes la gestionan con fórmulas no izquierdistas. Esa contradicción apareció ayer patente como nunca. Fuera de eso, la movida de la Indignación no tiene por qué comprometer a nadie. Una acción de gobierno tan ideologizada y convulsa como la de Rodríguez Zapatero tenía que suscitar críticas feroces, y así ha ocurrido. Sin embargo, estas críticas se han desbordado con alguna frecuencia. En cuanto a la corrupción, por ejemplo, muchas veces parecía que España era el país más corrupto del mundo, siendo así que el grado de corrupción en España no es más grave que el de cualquier otra democracia europea. Lo mismo con el Estado autonómico, un modelo de descentralización política similar al que tienen multitud de otros países, entre ellos algunos tan avanzados como Alemania y Estados Unidos. Incluso se ha dado por bueno el tópico de una incapacidad seria de la sociedad española –aborregada, se dice– para reaccionar ante Rodríguez Zapatero. No se tiene en cuenta que la opinión pública española no le dio nunca a Zapatero la mayoría absoluta. En cuanto la crisis se ha enquistado, los españoles han aprovechado la primera oportunidad para dejar bien claro lo que piensan de él. La economía española, por su parte, está mal, pero no mucho peor que cualquier otra de las europeas. Resulta interesante comprobar que estas críticas apocalípticas, y el voluntarismo de algunos medios de comunicación en el apoyo a los indignados, no han tenido ningún efecto en la movilización. No hay ni ha habido indignados de derechas. Se deduce que la influencia de las exageraciones antes aludidas ha sido mínima, por mucho que éstas puedan haber contribuido a crear un clima favorable a la Indignación. Además, se comprueba una vez más que el centro derecha español es el que mantiene la estabilidad de nuestra democracia, la única existente.