Túnez
Las potencias toman posiciones en el nuevo escenario libio
Las potencias mundiales toman posiciones para no quedarse fuera de juego en Libia, el octavo mayor productor de crudo del mundo. Los anuncios de ayudas millonarias –desde Alemania, que se mantuvo al margen de la operación de la OTAN y que anunció la liberación de 7.000 millones de Gadafi bloqueados, hasta Corea del Sur– llegaron acompañados de declaraciones a favor del bando vencedor.
Rusia anunció que nunca dará asilo a los Gadafi –«dejamos de confiar en él cuando empezó a disparar a civiles», explicó Mijail Marguelov, el hombre del Kremlin en la zona– y el ministro marroquí de Exteriores, Taieb Fasi Fihri, corrió para verse hoy con los rebeldes de Bengasi. El «sprint» es aún mayor en las petroleras –la francesa Total, la italiana Eni y la española Repsol vieron crecer sus activos en las Bolsas– y entre los grandes líderes. Obama anunció lo evidente –«el régimen de Gadafi está llegando a su fin», dijo– y prometió más ayuda a los rebeldes, a quienes calificó de «socios y amigos». Sólo una de las grandes potencias parece haber quedado descolocada. Pero no será por mucho tiempo.
China, que durante los primeros compases de la revuelta cerró filas en torno a Gadafi, está dispuesta a recibir con los brazos abiertos a los rebeldes. La diplomacia del gigante asiático busca recuperar las enormes inversiones realizadas antes de la guerra, sobre todo los pozos de petróleo.
Desde Pekín, un portavoz del Ministerio de Exteriores aseguró ayer que sus superiores «respetan la decisión del pueblo libio», después de «haber notado como las cosas cambiaban». China, además, está «lista para cooperar con la comunidad internacional para jugar un papel en la reconstrucción». Se trata de un alarde de «realpolitik» que no debería escandalizar demasiado en Occidente, donde Gadafi era recibido con honores hasta días antes de la sublevación de su pueblo.
Es cierto, eso sí, que el cambio de postura chino ha sido más gradual y que su Gobierno ha mantenido una apariencia de neutralidad, incluso de ambigüedad, en las fases más inciertas de la guerra. Así, mientras negaban a usar el veto en Naciones Unidas a favor de Gadafi, los diplomáticos chinos condenaban el apoyo aéreo de la OTAN. De fondo, la propaganda oficial hablaba de «imperialismo» disfrazado con los ropajes de la justicia y la democracia. Después, cuando el destino del dictador parecía ya evidente, China empezó a reunirse con los líderes rebeldes, a quienes recibió en Pekín, e incluso compró crudo por 160 millones de dólares.
El país norteafricano había atraído una cuantiosa parte de sus inversiones estratégicas: más de 18.000 millones de dólares, de los cuales se calcula que han perdido más de 3.000 a causa de la guerra. Recordamos que más de 35.000 obreros chinos fueron evacuados de Libia cuando inició el conflicto. Pekín teme, además, que el nuevo gobierno premie a los países aliados que más han hecho por tumbar a Gadafi, ofreciéndoles explotaciones petrolíferas.
Según análisis recientes, la inestabilidad de África y Oriente Medio está trastocando los programas millonarios de inversión en el área que había preparado China para los próximos años. Pekín ha reducido drásticamente sus planes en países como Argelia, Marruecos, Egipto y Sudán.
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