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PREPUBLICACIÓN: «El infierno de los jemeres rojos»
Denise Affonço relata el sufrimiento bajo el régimen de los Jemeres rojos en Camboya: se prohibieron los sentimientos, las gafas, los colores y los días de descanso
Con una lista en la mano, el señor Thiên distribuyó a las familias en las casas de los lugareños. Nosotros recibimos un tratamiento especial, pues en lugar de asignarnos una familia local, nos asignó una choza vacía, junto a la suya. Mi marido interpretó como una distinción lo que no era sino una forma de vigilarnos y, sobre todo, una manera de poder confiscar todos nuestros objetos de valor (...). A las seis de la mañana, el tañido de una campana nos arrancó del sueño; el hijo del jefe del pueblo que, como descubriría más tarde, también era espía, un «schlop», convocó una reunión. Grandes y pequeños debían presentarse ante la casa del jefe.
El Tonlé Sap fluía cerca de la choza y corrí a lavarme la cara a toda prisa. Los niños, arrancados del sueño de manera brutal, empezaron a llorar. Jeannie pedía leche: habíamos terminado la última botella durante el viaje. Desesperada, comencé a bombardear a mi marido con reproches: ¿por qué no me había escuchado?, ¿por qué nos había arrastrado hasta allí? Al oír los gritos de la pequeña, la madre del señor Thiên nos ofreció un cuenco de arroz con pescado salado asado; aquél sería el último desayuno de Jeannie y de Ha. Al día siguiente –miseria obliga–, tuvimos que acostumbrarnos a comer tan sólo dos veces al día.
Cuando estuvimos reunidos todos los recién llegados, el señor Thiên nos inculcó, por primera vez, los diez mandamientos de Angkar, que debíamos aprender de memoria:
–Todo el mundo será reformado por el trabajo.
–No robaréis.
–Diréis siempre la verdad a Angkar.
–Obedeceréis a Angkar en cualquier circunstancia.
–Está prohibido expresar los sentimientos: alegría,tristeza.
–Está prohibido sentir nostalgia del pasado, el espíritu no debe vivoat (extraviarse).
–Está prohibido pegar a los niños, porque de ahora en adelante son los niños de Angkar.
–Los niños serán educados por Angkar.
–Jamás os quejaréis de nada.
–Si cometéis un acto contrario a las directrices de Angkar, haréis autocrítica en público en las reuniones diarias de adoctrinamiento, que son obligatorias para todos.
El señor Thiên hablaba en jemer; yo entendía lo que decía, pero como no sabía leer ni escribir en esa lengua, tuve que transcribir fonéticamente los sonidos que oía para memorizar esta lección de buena conducta que a partir de entonces tendríamos que recitar en cada reunión. A continuación, apunto las instrucciones sobre nuestra «apariencia»:
–Nunca llevaréis ropa de colores.
–Teñiréis de negro todas nuestras prendas, con la ayuda de un zumo de fruta llamada makhoeur que crece en la isla, para lo que debéis machacar las frutas para sacarles el zumo que luego herviréis con la ropa durante una hora aproximadamente.
–Las mujeres se cortarán las uñas y el pelo; ni hablar de uñas largas y manicura; el pelo se llevará corto, rapado.
–Iréis descalzos; ni zapatos ni sandalias.
–Las personas que tengan problemas de visión no tendrán derecho a utilizar cristales correctores; porque ya no serán necesarios.
–Cuando os sentéis en un banco o una silla, está prohibido cruzar una pierna por encima de otra, porque es un signo externo del capitalismo.
Después nos explicó nuestra nueva forma de vida, tanto los horarios de trabajo como los nuevos términos que adoptar en la lengua de todos los días.
–Trabajaréis todos los días desde el amanecer al anochecer; los sábados, domingos y festivos quedan abolidos y el trabajo se repartirá de la manera siguiente: las mujeres irán a plantar maíz cuando sea la temporada; los hombres se encargarán de desbrozar los terrenos todavía invadidos de maleza o árboles, donde se plantará caña de azúcar.
– No habrá más que dos comidas al día: mediodía y noche, para ayudar a que Angkar ahorre.
–El comercio ya no existe; no hay nada que comprar ni que vender. Angkar os distribuirá vuestra ración de arroz cada día y una botella de leche concentrada por familia a la semana (cuyo color nunca vimos). Para lo demás, ya os apañaréis vosotros solos.
–Para comer, queda prohibida la expresión «pisa bai», a partir de ahora se dirá «hôp bai». (Las dos expresiones significan comer, pero durante el antiguo régimen los burgueses e intelectuales utilizaban pisa bai, sobre todo para dirigirse a una persona de más edad o prestigio. La expresión hôp bai fue impuesta por los jemeres rojos para borrar toda diferencia de trato debida a la edad).
–Los títulos de señor o de señora quedan abolidos, todo el mundo será «mit», camarada («mit» para los hombres, «mit neary» para las mujeres casadas, «neary» para una chica joven).
–Todo el mundo hablará jemer; a partir de ahora está prohibido hablar en francés, chino o vietnamita.
Tras este discurso, el resto de la primera jornada se dedicó a poner en práctica las nuevas directrices. Las mujeres del pueblo nos cortaron el pelo. Yo no pude contener el llanto al ver cómo caían los mechones de mi larga cabellera, bajo los golpes secos de las tijeras oxidadas, pero más tarde, cuando ya no me quedaba jabón ni champú y mi cabeza estaba cubierta de piojos, me alegré de estar totalmente afeitada. Después nos indicaron dónde encontrar los árboles que daban makhoeurs para teñirnos la ropa. Para cogerlos, había que golpear las ramas con una larga varilla de bambú, a continuación machacarlos en un mortero y finalmente, encontrar los recipientes adecuados para teñir nuestra ropa. Nada era gratis: ellas negociaban sus servicios e informaciones a cambio de medicamentos o arroz. A partir de aquel día, el arroz, la sal, el azúcar y los medicamentos se convirtieron en la moneda más valiosa, una lección que aprendí a medida que me hundía en el infierno.
FICHA
l Título del libro: «El infierno de los Jemeres rojos».
l Autor: Denise Affonço
l Edita: Libros del Asteroide.
l Fecha de publicación: 11 de octubre de 2010.
l Sinopsis: Denise Affonço sobrevivió a uno de los regímenes más atroces y sin sentido del siglo XX. En Camboya, los Jemeres rojo quisieron crear un nuevo mundo sin nada que ver con el pasado. Entregados al trabajo y a los mandamientos de Angkar, todos eran súbditos que no podían mostrar ningún sentimiento, ni siquiera hacia los niños. Dejaban de ser sus hijos para convertirse en niños de Angkar. No se podían llevar ni sandalias ni zapatos, tampoco había comercio y sólo se repartía la comida dos veces al día, para poder ahorrar. Denise Affonço lo vivió y ahora lo cuenta en un libro imprescindible sobre el horror.
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