El Cairo
El empeine pornográfico
Hacía un calor de mil demonios y les aseguro que pasar calor en Teherán es cosa fina. En el hotel La Leh (el antiguo Intercontinental, confiscado a los americanos), una enorme pancarta con consignas revolucionarias islámicas presidía la recepción. Era 1996 y el director del establecimiento me había dado la mañana al apartarme airadamente del vestíbulo para decirme, entre aspavientos escandalizados, que mi traje marrón –estilo ursulina– combinado con el protocolario hijab, no era suficientemente modesto porque se apreciaban las curvas del cuerpo. Recién comprado un guardapolvos de color marengo, que me cubría de la cabeza a los tobillos, mi traductor fue el siguiente en montar el follón, esta vez en la puerta principal. Alí Pakdamán, profesor de Filología hispánica, me reprochaba mi falta de decoro: «No puedes ir así»
-Llevo el pañuelo y el chador… no entiendo qué me falta…contesté
-Llevas los empeines totalmente descubiertos
Bajé la cabeza. En efecto. De las someras manoletinas salía la piel blanca de los pies. Era agosto en Teherán.
-Si no te compras unas medias no iré contigo a ninguna parte
Puede que ser mujer y reportera facilite la comprensión de ciertos fenómenos. Cuando las movilizaciones multitudinarias empezaron a menudear en Oriente Medio y las dictaduras a caer una tras otra, muchos periodistas entonaron el himno a la libertad y la democracia. Desde el principio yo escribí en LA RAZÓN que no me gustaba el fenómeno. ¿Cómo iba a creer que las plazas egipcias o tunecinas se llenaban de jóvenes impulsados por internet? ¿Cuánta gente tiene internet en El Cairo? Los únicos capaces de movilizar a las masas en el entonces régimen de Mubarak eran los Hermanos Musulmanes. Origen del islamismo islámico, llevaban desde los años veinte penetrando la sociedad, ocupándose de las viudas y los pobres, financiando estudios universitarios a los desheredados, educando en la sharia. Desalojados de cualquier tentación de poder por una dictadura férrea, habían elegido el camino de la remodelación de las conciencias. Meses después ahí los tenemos, aupados por las urnas al poder, de la mano de los salafistas. En Marruecos se han impuesto los islamistas moderados también, con Justicia y Desarrollo, y hasta en el moderno Túnez el partido Ennahda ha obtenido 9 escaños proporcionados por los emigrantes que han votado desde el extranjero. Veremos cómo evolucionan las cosas en Libia y Siria. Sé que resulta escandaloso afirmar que es preferible una férrea dictadura a un régimen islamista, pero yo puedo permitírmelo. Aunque sólo sea porque tuve que comprar unas medias bien tupidas y taparme los empeines en Teherán un mes de agosto.
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