Cataluña

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La Razón
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Hace unos días, tuve la oportunidad de presenciar el estreno de la obra «Los ochenta son nuestros», magistralmente dirigida por Antonio del Real, sobre la base de unos excelentes diálogos escritos por Ana Diosdado, y representados de un forma excepcional por una pléyade de magníficos y jóvenes intérpretes, que nos aseguran una cantera inagotable de actores de teatro. Esta obra teatral, se centra en la ruptura generacional y los cambios sociales y culturales de la juventud española durante los años posteriores al franquismo, en la que se destaca en algunos de sus personajes la consciencia o la inconsciencia política del momento que se estaba viviendo. Todos aquellos que rondamos los 50 años nos sentimos personalmente ligados con muchos de sus personajes y, sobre todo, con la situación social y política del momento. Los años ochenta se asientan en una sociedad posfranquista que supo mirar al futuro, olvidar viejas afrentas, y apostar por una democracia próspera y fuerte, que se basa en todo aquello que compartimos y en superar lo que nos dividía. Todo ello se hizo sobre la base de una Constitución aprobada hoy hace 31 años, nada más y nada menos, el periodo de estabilidad y desarrollo más importante de nuestra historia reciente. Éste es un año en el que si cabe, deberíamos todavía exaltar más las virtudes y fortaleza de nuestro texto constitucional y, sobre todo, afirmar los valores en los que se asienta. Este año, la Constitución se ha visto interpretada en un aspecto importante, como es su título octavo, a través de la sentencia sobre el nuevo Estatuto de autonomía de Cataluña, sobre la cual han corrido ríos de tinta. Muchas son las voces que se alzan sobre la necesidad de reformar la Constitución en muchos sentidos, algunos de los cuales son diametralmente opuestos. Unos piden que se fortalezca al Estado y sus competencias frente a las comunidades autónomas; otros, que se configure la realidad de un Estado Federal, otros, que se afirmen las relaciones bilaterales entre el Estado y algunas comunidades, etc. En fin, existe un debate sobre la propia Constitución. La preguntas que cabría hacerse en definitiva, es para qué y por qué se quiere cambiar la Constitución, y reconociendo que el texto es perfectible y que podría estar más cerrado en alguno de sus aspectos, la otra pregunta es si es o no oportuna la reforma. Este debate en su cauce formal le corresponde en cuanto a su iniciativa y formalización al Poder Legislativo y al Gobierno de la nación, pero parece sensato que el mismo deba obedecer a necesidades sentidas por el pueblo español, hoy por hoy único depositante de la soberanía popular. La Constitución cita a los pueblos de España en su preámbulo, junto a los ciudadanos, en la protección de los derechos fundamentales, y en el Art. 46 como titulares de su patrimonio cultural histórico y artístico; se cita a las nacionalidades y regiones como sujetos del derecho a la autonomía política, y por último, cita a los territorios en su disposición adicional primera como titulares de derechos históricos. Pero presenta al pueblo español como único titular de la soberanía nacional y fuente de todos los poderes del Estado. En su preámbulo se dijo que la Constitución Española señala el cambio que pretendía la sociedad española, y la garantía de la convivencia democrática, y parece que ésta es la senda a seguir, estar atentos a los cambios que pretenda la sociedad española y garantizar la convivencia democrática. La Constitución sirve al pueblo español, y debe seguir sirviendo, y la Constitución no es ningún problema en sí misma, más allá de cómo se interprete o se aplique. Los españoles deberíamos, y creo que es así, sentirnos orgullosos de nuestro proceso de transición política, de haber desarrollado un sistema de libertad y garantías democráticas de ley a ley, sin violencia, de común acuerdo y sobre la base de un pacto abrumadoramente mayoritario, que nadie pudo hacer suyo, y desde luego no fue un pacto contra nadie ni contra nada. Éste es el espíritu que debe inspirar cualquier reforma de la Constitución, la necesidad del Pueblo Español, reforzar nuestra convivencia democrática y garantizar un Estado viable que satisfaga las necesidades de todos los españoles, nacionalidades, regiones y territorios, pero sin olvidar que estos últimos son entes jurídicos-políticos, cuya existencia también debe estar dirigida a satisfacer las necesidades de personas y no al revés. De la transición no resta nada que hacer, más que intentar mantener la senda democrática y de progreso, que no es poco. Por ello un día como hoy debemos pensar en todo ello, reconocer lo que unos hicieron posible hace treinta a lo que gracias a ellos, un puñado de políticos con visión de Estado, con capacidad de sacrificio personal, y junto al Rey Juan Carlos, se consiguió; y no olvidar que el principal protagonista del cambio fue el pueblo español.