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Sangre hermana

La Razón
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«Derramé, México, toda mi sangre en tu tierra, y tú me la has devuelto» (José Tomás, torero. Abril 2010).Recorrí el mexicano estado de Guerrero durante el proceso electoral que acabó en 1997 con la omnipresencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la vida política mexicana y permitió la alternancia en el poder. El Secretario General de Naciones Unidas había recibido el mandato de verificar la limpieza de aquellos comicios y extrajo observadores de las misiones desplegadas en Centroamérica o con experiencia en la región, para avalar el proceso.Personalmente, antes había convivido con contingentes militares y policiales mexicanos en El Salvador. Nos llevábamos como hermanos, conmemorábamos juntos «gritos de independencia» de cada una de las repúblicas americanas, pero siempre encontraba en ellos un sordo resquemor contra España y los españoles. Cuando les decía que su música, su folklore y sus actores eran, no sólo conocidos, sino queridos aquí, pensaban que lo hacía para congratularme con ellos. No bastaba con tararear a un irrepetible Pedro Vargas, a Jorge Negrete o a los Panchos. No se lo creían: «Debe ser usted una excepción».Siempre me preocupó este distanciamiento que no encontraba en uruguayos, venezolanos o cubanos. Con la mayoría de ellos asumía que las generaciones actuales no éramos responsables de lo que pudieron hacer nuestros abuelos. Yo, al final, apostillaba irreverente: «En cualquier caso, los culpables serían los suyos, porque lo míos se quedaron acá en España». Y cuando de la mano de una editorial, precisamente llamada Hispanoamericana (EDHASA) profundicé en la expedición militar que Francia, Inglaterra y España acordaron en Londres un 31 de octubre de 1861 para reclamar deuda pública y privada contraída por el gobierno mexicano de Benito Juárez con los tres países, quise buscar también las causas del conflicto que nos enfrentaba. La expedición, puesta bajo el mando del general Prim, que gozaba de reconocido prestigio no sólo en Madrid sino también en París, ocupó Veracruz e intervino su aduana, la tradicional forma de recuperar numerario bajo la presión de cañoneras y bayonetas. Veracruz era la puerta por donde entraba y salía prácticamente todo el comercio mexicano. La coalición se rompería pronto por las ambiciones de Napoleón III, que jugó la partida con las cartas marcadas y la ambición de colocar a un emperador satélite –Maximiliano– en una aventura que no pasó de cuatro años.Desde luego a Prim no se le puede achacar este resquemor. Todo lo contrario. Casado con una mexicana –Francisca Agüero– tendió todos los puentes posibles entre los gobiernos de Leopoldo O' Donnell y de Benito Juárez. ¡Tiempo le duraron los disgustos por hacerlo! ¡Hasta de «bajada de pantalones» fue acusado por no seguir la agresiva política de Napoleón III!También buceé entre las posibles causas de este distanciamiento, en nuestro exilio de 1939. Negativo. La mayoría de gente que llegó al final de nuestra guerra fraticida enriqueció la vida cultural y académica del país azteca y fue mas que querida y respetada.Tras largas lecturas y reflexiones creo que el problema procede de los primeros tiempos de consolidación de la República, allá por mitad del siglo XIX, cuando un grupo de personas bien situadas social y económicamente, valiéndose de alternantes leyes sobre nacionalidad, se declaraban españoles y buscaban el amparo de nuestra Legación cuando el río revuelto de la vida política les proporcionaba buena pesca, o bien se declaraban mexicanos cuando la ganancia podía encontrarse en la otra orilla. Ellos fueron los que abrieron trincheras entre los dos pueblos en forma de abusivos intereses de sus préstamos de guerra –agiotistas– en forma de influencias interesadas o de claros sobornos. Todo, con tal de conservar cotas de poder. No por ayudar a levantar a un joven país sometido no sólo a luchas internas, sino a la presión de la ambiciosa república situada al norte de las fronteras de aquel próspero y extenso Virreinato que fue Nueva España. Por compra o por conquista, 500.000 kilómetros cuadrados se anexionaron a los Estados Unidos en lo que hoy constituyen los de Arizona, California, Nuevo México, Utah, Nevada y Colorado. ¿Por qué con ellos no hay el mismo resquemor?Ahora, este extraordinario torero que es José Tomás gravemente cogido en Aguascalientes, hablando en nuestra lengua común –la que se pone en entredicho incluso en nuestro propio Senado– ha dicho: «Derramé mi sangre en tu tierra –querido México– y tú me la has devuelto; soy mexicano de adopción; gracias a los que habéis rezado por mí».¡Misma sangre, misma lengua, misma cultura religiosa!Gracias, José Tomás, por acercarnos a México aunque sea a costa de tu dolor. Gracias por decirles que aquí les queremos y que agradecemos lo que han hecho contigo. Diles que también nos consideramos mexicanos de adopción, como ellos recíprocamente deben considerarse españoles. ¡Tantos siglos hermanados no pueden borrarse por una equivocada política ejecutada por mentes imbuidas de una visión corta de la Historia y que pretenden justificar sus fracasos buscando enemigos exteriores! ¡También entendemos de estos nacionalismos en tierra hispana, cuando ya es tiempo de mirar al futuro con grandeza! Como la que vierte en sus palabras José Tomás.