Camboya

Kike Figaredo: «Queda un millón de minas antipersona en Camboya»

Con firma propia. Profesión: jesuita, obispo de Battamgand (Camboya). Nació: en 1959, en Gijón. Por qué está aquí: trabaja para SAUCE, una ONG que se dedica a ayudar a los mutilados por minas y bombas y a los necesitados en Camboya. 

Kike Figaredo: «Queda un millón de minas antipersona en Camboya»
Kike Figaredo: «Queda un millón de minas antipersona en Camboya»larazon

–Le llaman Kike. Se me hace extraño llamarle Kike a un obispo, monseñor.
–Llámeme como quiera. Los amigos, la gente, me llama Kike.

–Se le ha visto en un torneo benéfico de golf. ¿Juega?
–No, no juego. La empresa Total, que apoya a SAUCE nuestra ONG, organizó este año un torneo de golf benéfico y entregué los premios.

–Algo se lleva para Camboya...
–Me llevo una casa para 50 estudiantes, ayudas para 53 niños discapacitados y la manutención para 100 niños acogidos en una parroquia. Voy cargado.

–Lleva 30 años allí. ¿Qué ha aprendido de los camboyanos?
–Mucho. Es gente que no tiene nada y sonríe. Me dan luz con su sonrisa, su forma elegante de relacionarse, su bondad sin límites.

–¿Su prioridad es convertirlos o aliviar sus problemas?
–Van las dos cosas juntas. Ayudando entrego mi fe: si alguien quiere acercarse a ella, es un regalo de Dios. Nuestra misión es dar, compartir.

–Leo que se dedica más a la asistencia social que a la catequesis...
–Sí. Se me conoce más por la labor humanitaria. Estamos para servir más que para convertir.

–Treinta años trabajando a favor de los más pobres en una de las zonas más deprimidas del planeta. Me imagino que eso marca.
–Marca y mucho. Te enseña que la prioridad son las necesidades básicas.

–¿Ha cambiado? ¿Es ahora más revolucionario, más de izquierdas?
–No, ver el sufrimiento no me ha hecho de izquierdas ni revolucionario. Sí más radical en algunas cosas, más practico. Ver el sufrimiento me ha hecho más paciente, porque veo la paciencia de los que sufren.

–Cuando oye aquí hablar de la crisis, ¿piensa que nos quejamos de vicio?
–Sí, un poco sí. Están mal acostumbrados. Aquí comen.

–Su lucha: acabar con las bombas de racimo y las minas antipersona...
–En Camboya quedan casi un millón.

–Los niños las confunden con paquetes de comida caídos del cielo...
–Sí, y con juguetes. Y les estallan en las manos. Es horrible. Ya son pobres, y a su pobreza se une la mutilación.

–Le llaman el obispo de las sillas de ruedas...
–Hacemos cien sillas de ruedas «Mekong» al año y se reparten por el país.

–¿Qué les diría a los fabricantes de bombas y minas antipersona?
–Que paren ya. Y si no ven razones, que vengan a visitarnos.

–Son capaces de ir a vender localizadores de sus propios artefactos.