Sevilla
Tráfico y buen gusto por Lucas Haurie
Los inspectores de la Unesco no matan moscas a cañonazos ni tumban edificios a golpe de dictamen-bomba. Sus informen son meras recomendaciones y a la autoridad local corresponden las decisiones. En eso consiste la soberanía, garantizada por el principio de no injerencia que alumbraron las Naciones Unidas bajo la hégira del sueco Bernadotte, un posibilista que llevó la realpolitik hasta sus últimas consecuencias. Un rascacielos pudiera ser dañino, por su impacto visual, para un conjunto monumental, o tal vez no, pero lo que seguro que daña el centro histórico es que cualquier automovilista pueda avistar, sin necesidad de gafas, una mosca posada en la piedra de La Giralda. Y en poner coto al descontrol circulatorio del Casco Antiguo inciden («recomiendan») los inspectores como si en sus paseos por Sevilla hubiesen captado la incapacidad de los gobiernos municipales, pretéritos y actuales, para planificar algo sensato allí donde sólo hay ocurrencia y disparate. O mejor dicho, insensatez tras insensatez como consecuencia de la permanente improvisación. La idoneidad de erigir una torre depende del gusto o de las modas y sobre eso no cabe legislar. Menos subjetivos son el deterioro de la piedra y la contaminación. Vamos a dejarnos de si la camarita funciona o si la abuela fuma.
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