75 cumpleaños de la Reina
Las mujeres primero
Club «El Buzo», Vistahermosa, Puerto de Santa María, con Cádiz enfrente, cerrando la tenaza de la bahía de los poetas. Una mesa larga, de goma, abierta a todos los que quisieran compartir el aperitivo. Había allí representantes familiares de todas las grandes bodegas del Puerto y de Jerez, pero sólo se pedía y se tomaba el vino de una de ellas, en concreto, de Osborne. «Fino Quinta» con su etiqueta roja y el toro de Manolo Prieto. Se sentaban bodegueros Domecq, Terry, Caballero, González, todos competidores de otros, y sólo se pedía un vino. Me aclararon la curiosidad. «Siempre se pide el vino de la familia de la mujer de más edad sentada en la mesa». Se me antojó un detalle y un ejemplo de buena educación.
De niño me enseñaron que las mujeres siempre tienen preferencia. De paso, de asiento, de turno, de lo que sea. También de factura. Soy más antiguo que el dolor de cadera de Felipe IV, y jamás he permitido que una mujer pague o comparta una cuenta estando yo presente. Hasta las feministas terminan por aceptarlo de buena gana. Me refiero a las feministas normales, no a las profesionales. Con esas ni como ni ceno porque la vida es corta y no hay que perderla con coñazos innecesarios. La mujer, por norma, costumbre, educación y cortesía, siempre antecede al hombre, excepto en los espacios institucionales, si es el varón quien representa a la institución. Se cuenta que en determinada ocasión, la Reina Isabel II, la titular de la Corona, cedió el paso a su marido el Rey Francisco de Asís, y que éste, cortesmente, rechazó la deferencia. Pero ella insistió: «Anda Paco, pasa, que eres muchísimo más mujer que yo». Leyenda urbana, probablemente.
La cursilería feminista ha llevado a nuestras izquierdas a iniciar sus discursos y plasmar sus referencias usando del masculino y el femenino. «Vascos y vascas», «compañeros y compañeras», y ya en el colmo de la incultura semántica al servicio del sindicalismo, Toxo, en la manifestación de liberados del pasado domingo, se dirigió a «los parados y las paradas». Quieren ser igualitarios, finos, cordiales y terminan conduciéndose verbalmente como auténticos groseros. Las mujeres siempre primero. Aceptada la cursilería –miembros y miembras, tontos y tontas, jóvenes y jóvenas y bomberos y bomberas–, lo correcto sería cambiar el orden de los invocados con el fin de cumplir con la irrenunciable cortesía social. «Vascas y vascos, compañeras y compañeros, paradas y parados, miembras y miembros, jóvenas y jóvenes, tontas y tontos» resultaría, dentro de la agresión lingüística, más aceptable. Propongo desde aquí, para que la modernidad y el progresismo no se sientan heridos –y heridas–, adoptar una fórmula neutra. «Vasques, compañeres, miembres, parades y tontes», aunque el hallazgo chocaría con los plurales terminados en «es», como jóvenes, a la que doña Carmen Romero enriqueció con las jóvenas cuando se presentó y ganó su escaño por Cádiz –o Cádiza–, una decena de años atrás.
Churchill no perdía el tiempo ni saliva en sandeces. «Señor Churchill, está borracho», le espetó Lady Ashtor en el Parlamento. «Y usted es fea. Mi problema termina esta noche y el suyo durará toda la vida». Pero Lady Ashtor no se amilanó. En España, por esa respuesta, a Churchill le habrían dicho de todo. «Señor Churchill, si yo fuera su mujer le pondría cianuro en el café»; «Señora Ashtor, si yo fuera su marido, me lo bebería». No le faltó cortesía al interesante debate.
Así que ya lo saben. Las mujeres primero. «Gilipollas y gilipollos», sería lo correcto.
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