Sevilla

Rocío Wesbter (IV)

La Razón
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Lleva algún tiempo aquí pero dudo que vaya a quedarse para siempre. Una noche me dijo que a su paso por Sevilla el Guadalquivir era un río cálido y suave, un agua cariñosa, familiar y vegetariana que hacia vocales en los pilares de los puentes, y que el Hudson resultaba ser un inexpresivo río de alpaca, un agua expósita, hostil y carnívora que arrastraba a veces los sombreros de los mafiosos fondeados con cemento en su lecho de lodo y arrabio. Rocío González detesta los paraguas y dice que nada ensombrece tanto su espíritu como esas nubes bajas que disimulan el perfil de los rascacielos y enfrían el aliento perruno y carnal de los mendigos del Bowery. Yo sé que me tiene afecto y agradece mi apoyo en el Savoy, pero también sé que pertenecemos a climas distintos y somos sensibles a emociones geográficas diferentes. Compartimos muchas ideas sobre el arte e incluso somos afines en la visión global del mundo, pero sus emociones y mis emociones tienen su origen en lugares bien separados del mapa y pertenecen a isobaras distintas. Puede que en un momento dado nos uniesen nuestras emociones artísticas, no lo dudo, pero al final se interpondría sin remedio entre nosotros el mapa del tiempo. Una madrugada se sentó a mi mesa mientras tomaba notas para contar mis historias del Savoy. Yo estaba ensimismado y ella interrumpió aquel silencio del que supuso que no saldría nada bueno. «Mueve la mano de escribir, Al, y te latirá el corazón. No pienses demasiado las cosas. Sé espontáneo, inmediato, natural, que se te rompan las uñas en las frases. Lorraine está muerta y tú sigues aquí. Olvida el pasado. Eres un hombre emotivo, no un arqueólogo. En la puerta del club está amaneciendo. Dicen que hoy tendremos sol en la ciudad. Créeme: no es tu mala conciencia lo que te ata al pasado, ni son tus remordimientos los que te mantienen en deuda con el cadáver de Lorraine; lo que te tiene sometido al pasado es la maldita oscuridad, esta atmósfera cargada de humo, la humedad del piso en el que vives y tu resistencia a entender que el alma de un hombre puede sentirse aliviada cuando ese hombre es capaz de dar un paseo bajo el sol con la gabardina colgada del brazo. Te aseguro que no es con tu conciencia, sino con tu temperatura, con quien tienes un problema». Después salimos juntos a la calle. Amanecía y sobre la calzada aún mojada lucía un sol blando, recién lavado, un venial sol sin fuerza que sentaba como leve sudor de amianto en la piel. Y recuerdo que me dijo: «No sé qué rumbo tomará mi vida, ni sé tampoco qué será de la tuya, pero puedo asegurarte que cuando vuelva al Sur, recordaré lo feliz que alguna vez fui en el Norte. Me gusta el Savoy. Ahora entiendo que aquella noche me dijeses que hay lugares en los que enamorarse es tan parecido a contraer un vicio»...