Miami
«Alemaña» por María José Navarro
A mí lo que me pide el cuerpo durante estos últimos días de julio es ir insultando por la calle y a voces a los banqueros, pero no queda fino y hay pabellones de descanso con las ventanas abiertas, así que me he ido a Cuenca que es un sitio magnífico. Me gustaría poder llegar a la finísima crónica veraniega de César Vidal en Miami pero lo mío, qué le vamos a hacer, es más de Castilla-La Mancha que de Florida. Dado que no tengo dónde caerme muerta y que mi cuenta corriente pasa por momentos manifiestamente mejorables, he decidido quedarme en mi piso de Madrid con vistas a un botellón al que ahora acuden las juventudes ni más ni menos que con un tambor y una guitarrita eléctrica y su correspondiente amplificador. De lunes a viernes aguantando alternativos y los fines de semana fuera. Uno en Toledo y otro en Cuenca. Siempre viviendo al límite, incluso en vacaciones, ains. He sacado, no obstante, varias conclusiones prácticas. Primera: como fuera de casa no se está en ningún sitio. Segunda: Toledo es una maravilla y Cuenca una preciosidad. Tercera: el turismo urbano no es incompatible con que te piquen las pulgas. En un solo pie puedo lucir unas noventa y tres. A una de las pulgas me la traje en la maleta y ahora se ha quedado a cargo del piso de Madrid. Es hacendosa, ojo. Cuarto: el morteruelo por la noche es traicionero. Quinto: el vino francés mejora con Casera. Y sexto: los niños alemanes son tan maleducados como los nuestros. Que se queda una mirando y por un instante, por uno solo, siente pena por la puñetera locomotora europea.
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