Barcelona

Cataluña: la manifestación permanente

Comparan la reunión de Rajoy con Mas con la de Suárez con Tarradellas en 1977, pero el primer presidente de la Generalitat fue el primer crítico con Pujol

20-9-2012: Rajoy recibe a Mas en el edificio presidencial
20-9-2012: Rajoy recibe a Mas en el edificio presidenciallarazon

MADRID- Se invoca estos días el espíritu de la Transición como modelo para resolver con generosidad, sacrificio e inteligencia el llamado «problema catalán». Incluso se han construido paralelismos para darle densidad histórica al momento (de una obsesión histórica pasamos a la obsesión por la historia) entre la reunión celebrada el pasado jueves entre Mariano Rajoy y Artur Mas y la que mantuvieron Adolfo Suárez y Josep Tarradellas, todavía en el exilio, el 27 de junio de 1977 en La Moncloa. En ambas se tenía que resolver el encaje de Cataluña en España. Las dos fueron mal, pero, cuando a Tarradellas le preguntaron qué tal había ido, contestó sin dudarlo: «Ha sido un éxito». Sencillamente, el viejo republicano quería que todo fuese bien; no digamos Suárez. Y al final todo acabó bien: se restauró la Generalitat, una institución republicana insertada en la nueva Monarquía. No era poco. Aunque a muchos les supo a poco. Por lo tanto, o la reunión del jueves no fue tan mal o no hubo ganas de que fuese bien. Tampoco Mas es Tarradellas, ni mucho menos Pujol. Conocida es la animadversión mutua entre el president 112 de la Generalitat y el 113 (tal y como los enumeraba el gran economista Fabián Estapé).

Así que podríamos decir que la Transición en Cataluña se dio por concluida el día en que Tarradellas llegó a Barcelona el 23 de octubre de 1977, y pronunció desde el balcón del Palacio de la Generalitat su célebre «ja soc aquí», aunque lo realmente relevante, tal vez, fue dirigirse a la multitud como «ciudadanos de Cataluña», que en el fondo era tratarlos como adultos y pedirles que disolvieran la manifestación permanente en la que vivían o vive todavía, el pueblo catalán. Dos años después se aprobaba en referéndum del Estatut. Ése podía haber sido el día en el que se daba por concluida la Transición en Cataluña, porque se colmaban los tres puntos que guiaron a las fuerzas políticas antifranquistas, incluso asumidos formalmente por UCD, después de todo, los muñidores de la «operación Tarradellas»: libertad –se entiende que las libertades políticas y públicas–, amnistía y estatuto de autonomía. Pero, visto lo visto, supo a poco. No escucharon a Tarradellas y la manifestación permanente del pueblo catalán sigue convocada.

La Transición, efectivamente, no estaba concluida del todo. El marco político catalán se acabó de dibujar cuando Convergencia i Unió gana su primera mayoría absoluta en abril de 1984, pero no por haberse asegurado su hegemonía, sino porque, coincidiendo con esos resultados, tuvo lugar el primer choque de placas tectónicas entre Cataluña y Madrid: hablamos del caso Banca Catalana y la querella criminal que el fiscal general del Estado había presentado contra Jordi Pujol. El pueblo había salido de nuevo espontáneamente a la calle –con la misma espontaneidad que el pasado 11 de septiembre– y había señalado a los traidores, que todavía no han sido perdonados, ni lo serán. Sobre este pecado, y muchos otros, se quiere levantar el nuevo Estado catalán.

De nuevo hay que volver al balcón del Palacio de la Generalitat. Pujol grita a la multitud y ésta se dio por enterada: «¡Esto es una jugada indigna del Gobierno central!». Un año después, Tarradellas hizo declaraciones terribles (terribles por inéditas): «Pujol se equivocó al manifestar desde el balcón del Palau de la Generalitat que el Gobierno era indigno; la herida abierta aquel día no se curará mientras él mande. El victimismo de Pujol no se corresponde con la realidad». Y no pudo definir con más sencillez el marco político catalán: «Nosotros somos formidables y Madrid siempre se equivoca» (está en las hemerotecas). Ya decíamos que el president 112 no es lo mismo que el 113, ni que el 114, ni que el 115. Las hemerotecas hablan de una manifestación de 300.000 personas (cifras oficialistas) que acompañaron a Pujol del Parlament al Palacio de la Generalitat el día de su segunda investidura en muestra de desagravio. Y el pueblo gritó: «Pujol, president; Catalunya independent». Y el eco ha vuelto ahora. El grito que no encontró réplica se ha expandido y vuelve con acento «cool» de «Freedom for Catalonia».

El escenario es el mismo, los personajes casi no han cambiado; las banderas, lavadas; de nuevo, los intereses de un partido vuelven a confundirse con los de un país. Nada indica que estemos en aquella reunión entre Tarradellas y Suárez, sino esperando que el president 114 salga al balcón, como también lo hicieron el 111 (Company) y el 110 (Macià) para proclamar el Estado catalán. Sabemos que no lo hará como el 113 (Tarradellas), llamando ciudadanos de Cataluña al espontáneo pueblo en manifestación permanente.