Lisboa
Portugal
Hace tiempo que no iba. La última vez, hace unos años, estuve en Lisboa y regresé sorprendida de su belleza, de sus gentes, de lo cerca que está y lo poco que vamos los españoles a disfrutarla. Este puente fue Coímbra la que me hospedó. La Compañía «A Escola da Noite» estrenaba mis «Noches de amor efímero» en su precioso teatro situado en el corazón de la parte vieja de la ciudad. Lugar de estudiantinas, jirones de capas negras colgadas por los tunos en las casitas de los universitarios, cuestas y escalinatas con olor a castaña de invierno, iglesias rodeadas de vagabundos solaneros, fados cantados sólo por hombres en los cafés, tiendas de manteles primorosos y amables señoras. Sí, cuánta amabilidad tienen los portugueses hacia los españoles, cuánto aprecio, cuánto conocimiento de lo nuestro. Con su discreción, nada española, nos hablaban de nuestro cine, de nuestra música, del arte y la política. Conocían el nombre de nuestros políticos y podían opinar con un criterio sosegado y natural. Qué poca reciprocidad, qué absurdez nuestro desconocimiento y desprecio histórico hacia nuestros más que vecinos. Pero ellos no están resentidos. En absoluto. Ellos, a nuestras ruidosas voces, responden con sonrisas. Y nos hablan «moito» despacito para que les entendamos. Ellos comprenden español perfectamente. En Coímbra se está celebrando un ciclo para conocer a los autores teatrales españoles vivos. ¿Qué hacemos aquí por ellos y sus artistas? Nada, ni siquiera aprender de su sabia humildad. Ellos avanzan en la adversidad y justifican el esfuerzo que les supone un encuentro así en tiempos de crisis con unas palabras de Beckett que ustedes entenderán bien: «Quando se está metido na merda até ao pescoç, só nos resta cantar».
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