Benedicto XVI
Elecciones: una cuestión moral por José María Gil Tamayo
La cuenta atrás de las elecciones del 20-N, además de poner en primer plano la necesidad de debatir, clarificar y elegir a los representantes políticos que contribuyan a solventar los graves problemas económicos que sufren los ciudadanos, debiera servir también para recuperar no sólo la confianza en los mercados, sino además en la clase política
Más allá de la escenografía de las campañas electorales y de sus lenguajes, desde hace tiempo la valoración de los políticos no es nada positiva en las encuestas. Están en los lugares más bajos de apreciación. A ello no es ajeno, junto con la insatisfacción de los ciudadanos por la mala gestión de sus representantes, el comportamiento irresponsable de determinados cargos públicos que pasan de ser protagonistas de las páginas políticas a las de sucesos. En otras palabras: se ha perdido prestigio moral, la «auctoritas» de que hablaban los clásicos, y se ha buscado a toda costa la «potestas», el poder sin más y con él el éxito y el enriquecimiento económico, lo que muestra un claro desprecio del interés general.
Ante estas observaciones habrá quien opine que la sociedad también está en baja en cuanto a valores éticos y que los políticos proceden de la ciudadanía. Aunque no falte razón en estas apreciaciones sobre las graves carencias éticas en determinados sectores sociales, muchas de ellas por factores de carácter ideológico, hay en una mayoría social el anhelo de regeneración política que atienda a las verdaderas necesidades y aspiraciones del ser humano y de su libre y pacífica convivencia.
El camino para lograrlo desde la vida política en las sociedades democráticas lo ha recordado recientemente el Papa Benedicto XVI en su discurso en el Reichstag de Berlín, en el que, partiendo del texto bíblico en que el rey Salomón hace a Dios la petición de un corazón dócil para saber gobernar a su pueblo y distinguir entre el bien y mal (cf. R 3,9), el Papa reivindica el verdadero fundamento ético para el quehacer político.
Para Benedicto XVI una de las causas del deterioro de la política está precisamente en la carencia o fragilidad de su fundamento moral. Esta patología afecta con distintas manifestaciones y grados a políticos y a ciudadanos: por ejemplo, en los procesos electorales a los primeros les reduce las motivaciones para el ejercicio del voto a una simple opción pragmática y a los segundos a la pura praxis de mantenimiento del sistema. En cambio, la política, en su ejercicio más noble, para el Papa Ratzinger exige el concurso de una racionalidad no reduccionista, sino fundamentada en la dignidad inviolable de la naturaleza humana, pues es de esta naturaleza compartida de la que dimanan sus derechos y valores.
Con la reivindicación de la consideración moral de la política no se trata de apelar a lo divino o «religioso» como una rancia injerencia clerical en la vida política (de pretender «legislar con el Catecismo», que dijeran algunos gobernantes españoles en retirada), sino de recuperar el verdadero criterio de discernimiento humano mediante la confianza en la Ley Natural, que no es un patrimonio exclusivo de los católicos, sino una conquista compartida por creyentes y no creyentes desde la más sana racionalidad, «reconociendo a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos».
En esta clave se han pronunciado también la Comisión Permanante de los obispos españoles que ha hecho pública este pasado viernes una nota ante las elecciones, en la que señala que ofrecen sus orientaciones a los fieles católicos y a cuantos ciudadanos deseen escucharlos, «desde los fundamentos pre-políticos del Derecho, sin entrar en opciones de partido y sin pretender imponer a nadie ningún programa político», aunque sí hacen referencias concretas a ámbitos morales y sociales que han de ser preservados por responder a principios fundamentales de la dignidad de la persona.
Apelar, por tanto, a la responsabilidad moral y a los valores en el libre ejercicio electoral no es una cuestión «religiosa»; es devolver la ciudadanía a lo verdaderamente humano, ya que es invitar a la salvaguarda de principios innegociables como son la defensa de la vida humana, la dignidad del verdadero matrimonio nacido de la unión de un hombre y una mujer y el derecho a la educación de sus hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. A lo que se une, como señalan los obispos, la necesidad de apoyar políticas «que favorezcan la libre iniciativa social en la producción y que incentiven el trabajo bien hecho, así como una justa distribución de las rentas; que corrija los errores y desvíos cometidos en la administración de la hacienda pública y en las finanzas; que atiendan a las necesidades de los más vulnerables, como son los ancianos, los enfermos y los inmigrantes».
Se trata de votar y hacer política en conciencia. Nunca mejor dicho.
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