Literatura

Argentina

Elogio del «tocho»

Los libros de gran extensión copan los puestos más altos de las listas de ventas. Analizamos las razones de esta tendencia a lo mastodóntico

Una joven lee a César Vidal, que acaba de presentar otro libro abultado, «La flor del azahar»
Una joven lee a César Vidal, que acaba de presentar otro libro abultado, «La flor del azahar»larazon

En una época marcada por la escasez de tiempo, donde la imagen y el sonido de nuestra posmoderna y digital sociedad acaparan el imperio del ocio, los libros que se venden y prevalecen en la exclusiva lista de los más vendidos presumen de extensión. Cuando alguien se propone leer en nuestro país se ve que lo hace a conciencia. Los títulos que acaparan el «top ten» de las librerías arrojan una suma de páginas nada desdeñable para una nación que, se supone, no ha alcanzado los índices de lectura de Europa. «El tiempo entre costuras», de María Dueñas, «Dime quién soy», de Julia Navarro, y «El asedio», de Arturo Pérez-Reverte superan todas las seiscientas páginas. Son los «tochos» del éxito.

Larsson y Harry PotterUna corriente que cuenta con respetados antecedentes. Las tres de Stieg Larsson asombraban por grosor, tamaño y estética (las tres de un riguroso negro que ha marcado tendencia editorial): 640 páginas para el primero, 752 para el segundo y una apoteosis final de 812 hojas. Pero no es la única saga que persigue la estela del grosor. La autora de Harry Potter, con la muñeca animada por el calor del éxito, no desfallecía en este propósito. Tampoco lo hace Stephenie Mayer con la serie «Crepúsculo» (Alfaguara), cuyo próximo título, «Amanecer» (a la venta el próximo 5 de junio), cruza el horizonte de las 826 hojas. Y el admirado Ken Follett respondió a los seguidores de «Los pilares de la tierra» (Plaza & Janés) con «Un mundo sin fin», que rozaba los límites marcados por Tolstoi y Dostoievski, con 1184 páginas. Otros autores, como Cormac McCarthy, Ian McEwan o el último Martin Amis no rellenan tantas páginas, y no venden tanto. ¿Cuál es el motivo? «Es un misterio –comenta David Viñas, autor de «El enigma Best-Seller», donde analiza, entre otros asuntos, este punto–, pero es cierto que los lectores que no son habituales son los que se leen las mil páginas. Hay una explicación. Estos títulos están sobrecargados de información. ¿Cómo se construye una catedral? ¿Qué conocimientos tenía un médico en la edad media? Una regla del best-seller que persigue lo didáctico. Esta clase de lectores piensan que no solo me he entretenido, sino que he aprendido. Luego, cuando rascas un poco, te das cuenta que el conocimiento está en otra parte». David Trías, editor de Plaza & Janés, sello editorial en el que publica Ken Follett o Ildefonso Falcones («La mano de fátima», 960 páginas), comenta otros aspectos: «Está relacionado con el auge de los libros históricos y clásicos. En el siglo XIX, las novelas contaban con tramas, subtramas y muchos personajes. Ahora hay una revitalización de ese género. Surgió con "El nombre de la rosa"o "Memorias de Adriano", que no eran obras breves. Casi siempre es por la documentación. El folletín aún sigue vigente hoy en día». Por su parte, Juan Milá, editor de Salamandra, explica: «Es verdad que los libros más grandes, estructurados en sagas de varios volúmenes permiten enganchar más tiempo al lector. Pero no creo que sean más rentables». La pregunta que todavía queda suspendida en el aire es: ¿Qué engancha a un lector de estos libros de peso (el de Julia Navarro, para quien quiera datos, pesa en la balanza 1, 2 kilos)? Silvia Sesé, editora de Destino, afirma que «siempre se han preferido los libros largos. En la novela sobre todo. Te sumerges en la lectura y creas un mundo. Y un mundo complejo nececesita una extensión. Es el mismo modelo que siguen las series de televisión. La ficción te pide hundirte en un universo lleno de detalles que la novela breve no te da».

Razones económicasLa escritora María Dueñas, que ahora mismo recoge el fruto del éxito, respalda esta tesis: «Es una tendencia que pretende prolongar el placer. No es lo mismo estar leyendo durante dos semanas, que tres días». Cuando se da con algo que engancha, todos desean que se alargue». Pero la autora de «El tiempo entre costuras» añade con humor un aspecto prosaico: «Hay un componente de rentabilidad. La diferencia entre un libro de 200 páginas y otro de 600 es de cuatro euros. Es una razón poco literaria, pero existe». Santiago Posteguillo, autor de la trilogía «Africanus» (Ediciones B), que lleva la aventura hasta las 2.380 páginas, comenta: «Muchas de las grandes obras de la literatura son abultadas, porque crean un gran universo propio. Esto no quiere decir que no se pueda hacer obras maestras breves. Se puede: "La metamorfosis", de Kafka, o "El corazón en tinieblas", de Conrad, son dos buenos ejemplos. Pero se ha que ser un genio total para ser breve y brillante». David Trías tampoco ignora este lado de la cuestión: «Existe cierto prestigio psicológico que influye a la hora de comprar un libro. Cuando se hace un regalo se pretende dar una obra ambiciosa, de peso. No es lo mismo entregar un librito de 100 páginas que uno de 700 en tapa dura. Todavía subsiste el prestigio del libro gordo. Luego existe un dato: Una novela gorda le permite al editor poner el precio más alto por el coste de impresión. Le proporciona un margen algo más amplio. Una obra extensa puede pasar la frontera de los veinte euros. Y eso es algo que también pone muy contentos a los libreros». David Viñas proporciona una visión histórica de este fenómeno: «La irrupción de estas obras tiene que ver con la evolución de la literatura durante el siglo XX. Si hubiera seguido la tendencia marcada por Tolstoi, por ejemplo, no tendríamos ahora esta clase de historias. Hubo una hipertrofia de la literatura por abuso de la técnica. Hablo de Faulkner, Joyce, el monólogo interior. El personaje desapareció. Y muchos autores protestaron. Reclamaron volver a contar grandes historias. Ahora hay novelistas que piden eso: el derecho a contar historias con personajes heroicos. Pero estos best-seller desgraciadamente no enlazan con las novelas del siglo XIX». David Trías señala sólo un problema con la proliferación de estas novelas: «Una obra de estas características implica mayor riesgo para los editores cuando se intenta vender al extranjero, sobre todo ahora que existe un interés por los autores españoles. El inconveniente es que a mayor volumen, mayor coste por traducción. Esto está provocando que algunas casas se echen atrás. Por ejemplo, en Iberoamérica, el precio por la imrpresión es alto. De hecho en Argentina, México o Chile existe cierto estupor al ver que predominan estos títulos. A ellos no les salen a veces los números».