Nueva York
Siempre Marilyn
Nadie sabe cómo una joven casada con un soldado que luchaba en el Pacífico acabó encarnando todos los sueños y las miserias del siglo XX
Toda la vida de Marilyn fue cine. No solamente como la actriz en la que se convirtió. Su madre se dedicaba a trabajar con negativos de películas de Laurel y Hardy. Desde la ventana del hospicio en el que estuvo podía ver el tanque de agua de los cercanos estudios Paramount. Los fines de semana, cuando su madre podía, la llevaba a salones de belleza y a ver películas en el Teatro Chino de Hollywood. Algunas estaban protagonizadas por Jean Harlow, la primera rubia platino de la meca del cine. Mientras veía a la Harlow en la gran pantalla, a la pequeña Norma Jeane le susurraba su madre en el oído que «algún día serás como ella». El mito, por tanto, se alimentó de mitos hasta el estrellato y más allá de él.
Medio siglo después, Norma Jeane Mortenson, Marilyn Monroe para todos, parece que estuviera más viva que nunca. Su imagen está presente en el imaginario popular y es fácil ver su rostro en muchos establecimientos. Igualmente sigue siendo inspiración para artistas, escritores y directores de cine. Pero, curiosamente, hace 50 años la noticia de su muerte pasó prácticamente inadvertida en la Prensa española de la época, aunque con alguna excepción.
Mucho se ha especulado sobre cómo nació todo. Siempre se ha sostenido que Norma Jeane, la esposa de un soldado que luchaba en el Pacífico, fue descubierta en su trabajo, en una fábrica militar, por un fotógrafo, David Connover, encargado de retratar mujeres atractivas.
Su imagen habría aparecido en una revista de la época, pero ahora sabemos que no es así y que la historia –gracias a las indagaciones del coleccionista y especialista en Marilyn, Eduardo Caballero– no son del todo ciertas. La imagen de la futura actriz pasó a formar parte del catálogo de una agencia de modelos llamada Blue Book Agency, apareciendo por primera vez en la portada de una revista de Douglas Airline en 1946. Tenía 20 años.
La propia Marilyn edificó su mito. Sus declaraciones en la Prensa de la época, con una mezcla de ingenuidad y picardía en su justa medida, contribuyeron a ello. Parafraseando lo que decía Bernard Shaw de sí mismo, cuando ella bromeaba decía la verdad.
Desde asegurar que para dormir solamente llevaba puestas unas gotas de Chanel número 5, cuando afirmaba que su profesor de arte dramático Lee Strasberg «dice que debo empezar por mí. Y yo pienso: "¿Por mí?"Bueno, ¡no soy tan importante! ¿Quién se cree que soy?
¿Marilyn Monroe o algo así?». Cuando la fama ya la merodeaba con fuerza, decidió en 1954 perpetuar su imagen escribiendo unas memorias. Contrató a uno de los mejores guionistas de Hollywood, Ben Hecht –creador de «Scarface» o «Luna nueva»– y mantuvo numerosas conversaciones con él, diciéndole que «Hollywood es un lugar donde te pagan 100 dólares por un beso y 50 centavos por tu alma. Lo sé porque rechacé la primera de estas ofertas con bastante frecuencia y me resistí a los 50 centavos». El libro no se publicó hasta mucho tiempo después de su muerte.
La belleza y el mal
Pero fue el cine el medio que la catapultó a lo más alto. No engaña a la cámara en ningún momento y todos aquellos que trabajaron con ella, pese a su impuntualidad o sus nervios, consiguieron que la película triunfara solamente por ella.
Billy Wilder fue uno de los más sufridores y comentaba que hacer cine con ella era como la Segunda Guerra Mundial, una tragedia pero que al final se ganaba. Pero Wilder también matizaba que «nunca he conocido a nadie tan natural como Marilyn Monroe. Ni tan fabulosa en la pantalla, ni siquiera la Garbo».
Con Billy Wilder rodó dos películas: «La tentación vive arriba» y «Con falda y a lo loco». En la primera de ellas se encuentra una de las claves de la construcción del mito: la imagen de la actriz con la falda levantada gracias también a los buenos oficios del diseñador del sencillo vestido, William Travilla.
Esa breve escena debió repetirse en un estudio porque la original era inaudible por los gritos de los fans en una calle de Nueva York, mientras su entonces marido, Joe DiMaggio, se moría de celos. Décadas más tarde, el pintor italiano Renato Casaro pintaba una nueva versión del «Nacimiento de Venus» de Botticelli, aunque sustituyendo la musa del artista renacentista por la Marilyn de «La tentación vive arriba».
Ella aspiraba a mucho más de lo que le ofreció la vida. Por eso fue una de las primeras actrices que plantó cara al sistema de estudio de Hollywood, creando su propia productora y controlando sus proyectos, aunque por un breve tiempo. No se conformó con eso y también coqueteó con todo tipo de artes, desde el dibujo a la poesía, pero siempre como vocaciones privadas compartidas con su círculo más íntimo. A su último entrevistador, Richard Meryman, le pidió tras cuatro días de diálogos para la revista «Life», que «no hagan de mi una broma».
Más allá de los sueños
Su vida y su imagen siguen siendo inspiradoras, desde canciones horteras como el manido «Candle in the Wind» de Elton John, a la impagable «Norma Jean Baker» que Serge Gainsbourg compuso para Jane Birkin. En arte la lista es inmensa, aunque brillan con luz propias las series que le dedicó Andy Warhol y que hicieron de Marilyn algo tan comercial como la sopa Campbell.
Pero antes de Warhol estuvo Willem de Kooning, que la retrató a su manera en 1954, y Salvador Dalí, quien aseguraba haber hablado con ella en el hotel St. Regis de Nueva York, la hizo portada de «Vogue» convirtiéndola en «Mao Marilyn», gracias a un fotomontaje de Philipe Halsman. Más reciente en el tiempo, Cindy Sherman trató de hacerse con su personalidad en una de sus particulares creaciones, mientras que Alison Jackson recreaba falsas escenas con su cámara protagonizadas por una también falsa Marilyn.
Literariamente, el legado es muy rico, encabezado por sus dos libros, afortunadamente editados en nuestro país: «Fragmentos», con sus textos más literarios, y «My Story», su autobiografía. Quien más tajada ha sacado de Marilyn ha sido su último marido, el dramaturgo Arthur Miller.
Ya en la recta final de su matrimonio, hizo públicos muchos de los trapos sucios de la pareja en el guión de «Vidas rebeldes». Ella nunca se lo perdonó y tampoco le habría perdonado las dos obras de teatro que le dedicó: «Después de la caída» y la todavía inédita en España «Finishing the Picture». Otros autores, como Joyce Carol Oates, Pier Paolo Pasolini o Norman Mailer también se dejaron atrapar por el mito. Y Truman Capote lo cultivó de manera especial.
Y todo eso es porque ella estaba hecha del mismo material con el que se tejen los sueños.
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