Vuelve Sancho

Si existen poetas-Quijote y poetas-Sancho, Cobo Borda (Bogotá, 1948) pertenece a esta segunda estirpe, con una poesía de lo cotidiano, irónica y nítida, que aspira a poner en orden lo circundante («Es como pasar a limpio / la libreta de teléfonos», para constatar: «Hay tan poca diferencia entre los vivos y los muertos»), y tenderle un drenaje al tiempo que se esfuma: «Lo que comí me nutre desde el olvido». No por nada, sus recurrentes homenajes (Borges, Breton, Baudelaire, G. Baquero, E. Molina...) y la reflexión sobre los límites de la poesía son dos de sus temas primordiales. «Un poema es una cárcel con todas las puertas abiertas», define, para recordar la humildad de las alforjas: «Sólo el poeta sabe / de su radical inexistencia», en «la despoblada casa de la poesía». Persuadido de que «La más alta belleza / siempre se está despidiendo», y del predominio de la abyección y la abulia (llama a Colombia país «en liquidación», de «mugre y parsimonia»), propone una cierta redención a través del humor y del amor erótico.

Todo consiste en «la rabiosa perplejidad de estar vivos»; y «El Paraíso es aquí (y ahora)» o no es, nos recuerda. En «La musa inclemente», su libro más representativo, entre los cuatro que componen su obra, aquí reunida, agrega, por si acaso: «He aquí / el arte más antiguo: / el milenario arte / de perder el tiempo / sin remordimiento alguno».