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OPINIÓN: Cesc o la ingravidez del ser

 
 larazon

Desventajas de ser discreto
En España, no eres nadie si no montas bulla. Cesc Fábregas, capitán y referente de uno de los tres mejores equipos de Europa, soporta sin rechistar suplencias inexplicables en la Selección, que siempre juega mucho mejor cuando él está en el césped; como si el Arsenal fuese un club de barrio, no hay entrevista perpetrada por un periodista español en la que no se le pregunte por su repatriación; pero él, lejos de alimentar las especulaciones, remite a su contrato con resignada educación. Quizás aquí preferiríamos que convirtiese cada respuesta en una patética reclamación de «libertad» en pro de su «felicidad», muy al estilo de esos brasileños que manosean esos conceptos tan elevados cuando quieren cobrar más pasta. Por ser un chico que se limita a respetar lo que firma sin aspavientos, Cesc no es popular.
En vísperas de su visita al Camp Nou para resolver la eliminatoria de octavos de la «Champions», se han recrudecido los rumores. Es una táctica antiquísima que enerva a Wenger, su padre deportivo, pero que Cesc lleva con la naturalidad con la que las estrellas soportan estas cosas. Bastante le disgustó perderse la final de la Curling Cup, hubiese sido la primera con el brazalete de los «gunners», como para distraerse ahora con pavadas. Él está obsesionado con borrar la maldición perdedora que padece el Arsenal en los últimos años y a esa misión se ha consagrado. De mucho más atrás databa la incapacidad de España para ganar nada y ahora blasonamos, gracias entre otros a este compañero de quinta en La Masía de Piqué y Messi, de dos títulos recién salidos del horno. Pero como no monta cirios, no lo consideramos una estrella.

Lucas Haurie




Cabeza de ratón
A estas alturas sería una estupidez negar que Cesc Fábregas es un buen jugador. Estar a este lado de la página no le impide a una reconocer que el chico es un eficaz centrocampista sobre el que convergen un montón de virtudes, entre ellas, la de haberse reconvertido en un eficaz goleador a pesar de que en sus inicios apuntaba maneras de pivote defensivo. Salió de La Masía para recalar en Londres y allí las cosas le han ido francamente bien. Se encontró con un entrenador que le ha pulido y le ha dado galones y un equipo que se adapta a su juego, plagado de futbolistas jóvenes que posibilitan que su mando en plaza tenga consecuencias agradables y positivas para la diversión que se le desea siempre a este deporte. Ahora, Cesc aparece en la lista de peticiones recurrentes del Barcelona y de las que se le contagian al Real Madrid por ósmosis más que por verdadero convencimiento de que aquí resida la solución a sus males, y ambos clubes están dispuestos a pagar una millonada para hacerse con sus favores.
En el Camp Nou, además, se trata de seguir vendiendo la idea de que la cantera sigue viva y que a ella se recurre hasta para recuperar a los que se marcharon, con lo que el orgullo culé se mantendría intacto. La pregunta, sin embargo, es si Fábregas podría responder a lo que se espera de él o es Fábregas el que tendría que esperar en el banquillo. Porque aunque Cesc posea algún apunte de Guardiola, unas gotas de Iniesta y una pequeña dosis de Xavi, aún no es más que una mala versión de los tres. No hay más que repasar el Mundial. Puede que el Arsenal se le haya quedado pequeño, pero puede que él se quede chico para empresas mayores.

María José Navarro