Historia

Barcelona

El Mesías por Alfonso Ussía

La Razón
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«Soy un servidor de una causa histórica». Quiso parecer humilde y le salió la locura mesiánica. Es curioso. Pero este hombre, desde que se ha declarado abiertamente independentista, ha menguado en estética. Nada tengo contra los jefes de planta de los grandes almacenes, casi siempre amabilísimos y eficientes. Espero que no se sientan zaheridos con el brillante resultado de mi observación. Mas, con ese tupé, bien podría ser jefe de la planta de «Ropa de Caballeros» de unos grandes almacenes en el decenio de los ochenta. Y no se puede ser un mesías y un servidor de una causa histórica, cuando por el aspecto, Mas está siempre a punto de recomendar «este chaquetón de cuero que sale a muy buen precio».

Tienen razón los que señalan a los diferentes Gobiernos de España durante el período democrático como culpables, por dejación, complejo y vagancia, de no haber tenido mayor presencia institucional en Cataluña. Lo han ido dejando y la situación, hoy por hoy, parece irreversible. El representante del Rey en Cataluña tiene una televisión completamente rendida a sus órdenes en la que disparar contra el Rey es algo divertido. De aquella exquisita educación, consecuencia del alto nivel cultural de Cataluña, nada queda. Lo nimio y lo anecdótico se han convertido en fuerza argumental invencible. Se cuenta del acto de inauguración del edificio con forma de «chupa-chups» de Agbar. Se interesó Pascual Maragall por el número de operarios que habían trabajado en su construcción. Sólo le interesó saber este dato. «¿Se entendían en catalán?». Y uno de los aparejadores comentó: «Más bien en marroquí».

Ortega y Gasset dio por perdida a Cataluña en los años treinta. El Príncipe ha dicho que «Cataluña no es ningún problema». Me alivia su optimismo. Su abuelo, Don Juan De Borbón, asiduo visitante de Barcelona, no opinaba lo mismo. «Me preocupa mucho más el nacionalismo catalán que el vasco». El entonces Presidente de la Generalidad, Jordi Pujol, le colmaba de cordialidades. Durante sus estancias en la clínica Barraquer, Pujol visitaba a Don Juan con mucha frecuencia. Pero fue el anterior Presidente, Josep Tarradellas, el que convenció a Don Juan para que eligiera como su enterramiento el monasterio de Poblet, donde descansan los Condes de Barcelona. Don Juan pagó de su dinero las obras de los que habrían de ser sus sepulcros, el suyo y el de Doña María. Cuando el Rey decidió honrar a sus padres, Los Reyes de derecho y no de hecho durante 40 años, adjudicándoles las dos últimas urnas del Panteón de los Reyes en El Escorial, Don Juan no ocultó su alivio. «En el fondo me inquietaba pensar que iba a descansar en una tierra que podría dejar de ser España». Cuando Antonio de Senillosa, el «Seny», hizo público este comentario en un debate en Antena-3, muchos independentistas de hoy se lanzaron como lobos a su cuello.
Cataluña es España, pero España no ha sabido estar en Cataluña durante estas últimas décadas. El complejo ante el nacionalismo se hizo silencio permanente. Cataluña, y en concreto Barcelona, fue una España gozosa y unida durante la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. Quizá, en aquella época, los catalanes se apercibieron del orgullo y del amor que el resto de España sentía por Cataluña. En aquellas tierras, la joya de la Corona, ha predominado un socialismo, que para demostrar su plena identificación ha sido más nacionalista que todos los partidos nacionalistas juntos. Y ahí se ha quebrado el sistema. Y para colmo, nos llega el Mesías de los grandes almacenes. «Caballero, nos han llegado una nuevas corbatas italianas que son una maravilla».