Viena
El punto muerto
La proyección del arte español en el extranjero siempre nos parece insuficiente, y no cabe duda de que lo es, y segurísimo que se trata de una falta de iniciativa en nuestros políticos, muchos de ellos carentes de cultura humanística y sólo deudores de una específica ideología. Pero esto es política también y al más alto nivel. Alta política. Pero no es menos el clima creado, a nivel doméstico, en el propio ámbito del arte, celos y tensiones competitivas entre empresarios y marchantes, que los paraliza en su actividad y los incapacita para una acción conjunta, que es la de reclamar al Gobierno esa proyección, con propuestas de envergadura, dignas de esa promoción internacional y sin «tramas» comerciales en pugna, como también se comprueba que las hay en el mundo del arte. Voy a contar una anécdota divertida –pero amarga– de lo que es el comportamiento español cuando se trata de proyectar nuestro arte más allá del mar o de los Pirineos. En su magna correspondencia, don Juan Valera –embajador de España en Austria– relata cuánto le sorprende la gracia y el fasto de la opereta vienesa y su proyecto de solicitar una gran subvención del estado para dar a conocer nuestra zarzuela, cuya música y bailes pudieran sorprender en grande al exigente público de aquellas tierras. Don Juan es un hombre de gusto que comienza, en su juventud, conociendo como secretario particular del Duque de Rivas, el gran tráfico diplomático y mundano de la corte zarista, y cuyas cartas confidenciales a los amigos se convierten en comidilla madrileña, sobre la gracia imprudente de sus comentarios. En Viena tiene la ocasión de estimar la gran dramaturgia musical y coreográfica que significa la opereta, y hace comparaciones de valor con nuestra desconocida zarzuela, la cual no sale perdiendo como la propuesta de un género nacional –o nacionalista– de una estimable contundencia estética. Entonces, se propone la presentación en la «Volksoper», en la capital del imperio, del teatro musical español, con un despliegue de medios económicos como no tuvo nunca.El anuncio despierta el entusiasmo de los artistas y sus empresarios. Todos quieren participar en la creación del acontecimiento, hacer algo inusitado y deslumbrante. Las deliberaciones y cálculos se hacen interminables. –¿Qué es lo mejor del género y lo mejor de sus intérpretes? La selección se vuelve difícil y los intereses artísticos y económicos de unos y otros siembran el desconcierto. La fecha del estreno ya está determinada y el tiempo avanza implacablemente. Don Juan, seriamente comprometido en el asunto, se inquieta, reclama noticias urgentes desde Viena. Se le cuenta que tan magno proyecto está presentando dificultades imprevistas, pero se le tranquiliza, diciendo que la buena disposición de todos terminará por llevarlo a cabo con la eficacia prometida y la belleza de los decorados, cuya confección no se ha podido conceder hasta el día, por las pujas y rivalidades de tan pletórico y entusiasta sector. Todos quieren ser los primeros. Pero hay que confiar en la rapidez improvisadora de nuestros artesanos decoradores, capaces de levantar la Torre de Babel en un santiamén. Son valencianos y de la mejor tradición barroca. Don Juan se escama, está a punto de viajar a España para poner orden personalmente, pero sus deberes diplomáticos lo retienen clavado en su despacho o haciendo antesalas en los palacios imperiales. En España, apenas se han comenzado los ensayos y los litigios siguen adelante. Se ha tenido le imprudencia de sustituir a una cantante y a una bailarina por otras dos mejores, que han hecho valer sus derechos, por no haber tenido en cuenta su gran prestigio. Las sustituidas y sus representantes han puesto el grito en el cielo ante una medida tan extemporánea y humillante por parte de los organizadores. Visto lo cual, reclaman ahora elevadas compensaciones que sobrepasan el presupuesto. Con los maestros del coro se ha presentado idéntico problema, y la deuda se eleva ya a muchos miles de reales. La situación es alarmante. El proyecto, desgraciadamente, está en un punto muerto. Del que nunca saldrá, llegada la fecha del estreno. Don Juan Valera terminará chasqueado y vencido, como embajador del arte español en la «Volksoper» de Viena.
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