Trípoli
El riesgo islamista
Muchos están dispuestos a celebrar el hundimiento político del odiado, excéntrico y repugnante Muamar Gadafi mientras las tropas rebeldes entran en Trípoli. Yo no tengo motivos de fiesta. Esta es la razón. La intervención de la OTAN en marzo de 2011 se llevó a cabo sin el análisis de quiénes eran los de Bengasi. Hasta la fecha, su identidad es un misterio. Es muy probable que haya fuerzas islamistas ocultas tras los elementos más benignos esperando el momento idóneo para atacar, como vino a suceder en Irán en 1978-79 cuando los islamistas no manifestaron su fortaleza ni su programa hasta que el Sha estuvo claramente depuesto. De ser ése el caso en la actual Libia, entonces al miserable Gadafi sus sucesores lo dejarían por bueno, tanto para los sujetos libios de su tiranía como para Occidente. Espero equivocarme y que los rebeldes sean modernos y liberales. Pero temo que un despotismo a ultranza sea relevado por los agentes de un movimiento ideológico mundial. Me temo que las fuerzas occidentales hayan llevado al poder a los peores enemigos de la civilización. Hace medio año apoyé proteger a los civiles de Bengasi de los envites del régimen de Gadafi. No apoyé ayudar a los rebeldes a derrocar a Gadafi. De hecho, en junio, me decanté concretamente contra este objetivo. Gadafi, líder de Libia desde 1969, está muerto, abatido en su propio municipio natal de Sirte. Muy apropiado que llamara «ratas» a los rebeldes, cuando sus últimos momentos transcurrieron dentro del sumidero bajo una autopista igual que una rata, como su colega déspota árabe Saddam Hussein.
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