Berlín
La Filarmónica: crece la leyenda
Europa Konzert. Chabier («España»), Rodrigo («Concierto de Aranjuez»), Rachmaninoff («Sinfonía nº 2»). Orquesta Filarmónica de Berlín. Guitarra: J. M. Cañizares. Director: Simon Rattle. 1-V-2011. Teatro Real.
Por segunda vez en 21 años, la Filarmónica de Berlín ha ofrecido en España su «Europa-Konzert», proyecto televisivo concebido en la etapa Abbado que cada 1 de mayo lleva a la orquesta a una ciudad europea, y que en 1992, segunda edición, la trajo al Monasterio de El Escorial de la mano de Barenboim y Plácido Domingo. La propuesta de este 2011 viajaba hasta el Teatro Real, donde el conjunto y Karajan habían ofrecido sesiones memorables en los años 60 y 70.
Era curiosidad de esta velada la traducción del «Concierto de Aranjuez», de Rodrigo a través de una guitarra vinculada al flamenco, que en principio iba a ser la de Paco de Lucía y que finalmente ha sido la de su alumno Juan Manuel Cañizares (Sabadell, 1966). La obra, concebida para Sainz de la Maza, es todo menos fácil, y traducirla, en una de las primerísimas ocasiones en que se toca con orquesta, con los berlineses al lado, es lidiar un mihura de campeonato: el esforzado solista hizo todo lo que pudo con tal faena, mejor en unos pasajes y al borde del apuro en otros.
Lecciones de Karajan
A Rattle no hay que descubrirlo a estas alturas. Juega en esa división de honor en la que, en la hégira dorada del siglo XX, convivieron y actuaron maestros como Karajan, Bernstein, Celibidache, Solti, Böhm, Kubelik y Giulini, y en la que hoy, además del británico, sólo militan otros tres o cuatro. Que sea el noveno director en la historia de la Filarmónica entra dentro de esa lógica de la excelencia que la formación ha aplicado desde sus orígenes.
El gesto exacto, envolvente, con ese movimiento pendular de los brazos que parece abrazar a la orquesta y abarcar toda la música, supone una reciprocidad que el inglés reconoce haber aprendido de Karajan: «Cuando empiezan a tocar, es como si su sonido fuera indicando cómo debes dirigirles». Su acompañamiento en el «Aranjuez» fue de filigrana y tiralíneas, y pocas veces se le puede hacer tan obvia al oyente la maravillosa instrumentación de la partitura.
Y con una lectura como la escuchada en el Real, pocos se resistirían a ir a junto a Rattle a la hora de proclamar que la «Segunda Sinfonía» de Rachmaninoff es una de las grandes obras del arranque del siglo XX: es posible que se pueda decir algo más sobre la página, pero es difícil imaginarla mejor tocada; pasajes como el diseño de las violas que abre paso al primer tema en el Allegro moderato o la aparición casi ultra-terrena del clarinete –milagroso Wenzel Fuchs– en el Adagio, por no citar toda la expansión dinámica de ese movimiento, entran en la esfera de lo antológico. Esa interpretación basta para hacer memorable el concierto.
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