Murcia

El azote por Pedro Alberto Cruz

La Razón
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El azote, el zote, la zote…, perdón, se me ha trastabillado el teclado, sigo. Quería decir que en este variopinto mundo, poblado de la más rica y exótica fauna, habita una especie que, sin ser rara avis, si muestra distintos pelajes según sea la espalda que deba llagar, la fama que deba zaherir, o el prestigio que se deba derribar cuando las circunstancias así lo exijan. Este pájaro/a –de cuentas- presume de ser azote de aquellos que no comulgan –siendo laico/ateo- con su ideología, variable según sea el momento y quien le pague. Cuando clava sus ojos ávidos de carnaza en la víctima, dedica toda su energía a destruirla, unas veces con ataques directos, otras con la sinuosidad propia de los reptiles, y si llega el caso con soflamas incendiarias, propias de conversos iracundos y de fanáticos que consideran que «el mejor enemigo es el enemigo muerto».

Este zote/a, (¡perdón!, otra vez el teclado), azote busca lugares públicos, prominentes; lugares que en pocos minutos le permitan hacer llegar su mensaje de acoso y derribo a los más posibles, a los que la prostituida reflexión al uso les hace tragar molinos enteros sin sufrir indigestión. Y en ellos, en la atalaya a la que se aferra por un plato de lentejas, se siente superior, intocable, poseedor de la verdad y heredero de los grandes inquisidores (a los que admira por sus métodos aunque reniegue de ellos en voz alta).

Este «verduguillo/a», que sirve a su patrón con la esperanza de ganar el cielo, no admite la réplica, y tacha al que se atreve de lo que él es, de fascista, y sigue azotando.