Literatura

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Odio espiritual por Sabino MÉNDEZ

Osama Ben Laden fue un hombre (usando ese término con una benignidad y amplitud de miras excepcional) que quiso revolver a las masas y lo único que consiguió fue revolvernos los estómagos.

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Hoy, después de que la CIA haya negociado su salida de este mundo por la vía rápida, habrá aún quién se sorprenda de saber que era un hombre interesado en la poesía y cuya seducción en el mundo islámico residía en gran parte en que sus discursos los hacía en un árabe antiguo: una especie de castellano del Mio Cid, para entendernos. O sea, un tradicionalista en piedra picada.

De una vez por todas, es urgente separar el juicio moral del estético para justipreciar estas cosas. Sacralizamos tanto a los artistas y escritores que nos cuesta admitir que alguien que pueda tener aguda percepción artística sea un ciudadano desastroso. Lo mismo sucede con el coeficiente intelectual. Un tontaina puede ser perfectamente un genio del crimen si posee una gran inteligencia computacional, pero carece de la inteligencia ejecutiva necesaria para colocar a la primera en su adecuado marco. Con esos mimbres, los románticos hicieron verdaderas barbaridades con el concepto de lo sublime que había acuñado Kant. La triste verdad es que hay que diferenciar entre un sensible y un sentimental. Un sentimental puede ser un verdadero bestia en sus ratos libres. El sensible imagina el dolor ajeno en sus propias carnes y el sentimental exagera sólo emociones comunes a todo el mundo.

En cierto modo (que pertenece más a la genialidad en cualquier campo que al arte en concreto) cuando una obra acierta estéticamente pero se equivoca moralmente, en el fondo falla. Del mismo modo que, otra, acertada moralmente y técnicamente pobre, falla también. No hay fallos mejores y peores. En todo caso, sólo fallos menos repugnantes.