Murcia

Bernarda Alba según Alquibla por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La companía murciana Alquibla Teatro, durante su estreno la noche del jueves, de la obra «La casa de Bernarda Alba», en el Teatro Circo
La companía murciana Alquibla Teatro, durante su estreno la noche del jueves, de la obra «La casa de Bernarda Alba», en el Teatro Circolarazon

Consiguieron emocionar al público, que, emocionado, se puso en pie al unísono para aplaudir al excelente elenco de actrices protagonista de esta nueva versión de La casa de Bernarda Alba, de García Lorca. Y, a decir verdad, esta nueva producción de Alquibla Teatro supone lo que –forzando la paradoja- podríamos denominar una «catarsis de austeridad». Antonio Saura, director de la compañía, ha conseguido, en efecto, diseñar una puesta escena tan geométrica, tan depurada de todo cuanto no fuera el músculo y la expresión de las actrices, que el resultado ha sido un «simple» acontecimiento corporal. De hecho, cuando un cuerpo se trabaja bien –como es éste el caso- poco más se necesita para provocar un momento de presencia radical.

Saura se ha autoimpuesto una economía de medios descomunal que ha dejado a las actrices «vendidas» ante el público. Y, entiéndase bien, «vendidas» en el sentido en que se las ha obligado a trabar sin red, sin efectos algunos en los que pudieran hallar un alivio a la soledad de su cuerpo en el escenario. El método de trabajo evidenciado por Antonio Saura recuerda mucho a la lógica que preside los trabajos de ciertos pintores expresionistas norteamericanos como Rothko o Newman: una paleta mínima de uno o dos colores, combinados con la gravedad de lo que únicamente se relaciona de manera esencial, exprimiendo al máximo los matices, los equilibrios meditados hasta la obsesión. No hay mayor complejidad que la de esta sencillez, como si el director hubiera realizado un ajuste de cuentas brutal con el caos, que no es que desaparezca –porque si no todo sería de un artificio insostenible-, sino que se le convierte en un paisaje racional tan cargado de tensión, tan a punto de desbordarse, que mantiene al público en un continuo estado de expectación por la inminencia de la catástrofe. Saura ha realizado una lectura matemática del drama, una suerte de reducción del –en ocasiones incómodo- exceso lorquiano a unos pocos algoritmos que funcionan por la manera en que formulan en su escasez la abundancia de registros. Y, claro está, cuando la pasión se representa antagónicamente, a través de la dignidad conceptual de unas pocas formas, el efecto conseguido es de una sensualidad arrolladora, de una plasticidad que conmueve por su inmediatez. Sucede que –como se demuestra en este último trabajo de Alquibla- la mejor manera de llegar a la brutalidad es por medio de la depuración más obsesiva.