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El minero número 17 por Gaspar ROSETY

La Razón
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Omar Reygadas, bisabuelo especial, habla con prudencia pero sin pudor. Tengo ante mí a un héroe de Atacama. Salió con una Biblia y una camiseta del Colo Colo. Me susurra vivencias de setenta días bajo tierra. Yo soy asturiano, de tierras mineras. He visto morir a mis amigos de silicosis. Omar es minero y católico. No hay más definición. Aprendí a quererlo antes de conocerlo. Le regalé una camiseta roja de España y se llenaron de lágrimas sus ojos y los míos. Tan humilde que me confesó que su encierro «no fue un accidente sino una prueba de Dios a quienes debían sacarnos de las entrañas de la Tierra». Su calvario fue un acto de fe. Cuando ascendía en la cápsula hacia la libertad, perdió la mascarilla de oxígeno, se aferró a su Biblia y llegó. Descubrí a un genio que leyó «El Alquimista» mientras la sonda taladraba el vientre del planeta. Me siento chileno por Omar. Nuestros pasaportes brillan con idéntico color. El suyo dice «República de Chile». El mío no se atreve.
Sindicalista de verdad, auténtico; un tipo admirable. Se confesó conmigo en el Asador Donostiarra, de Pedro Ábrego: «¿Escribirías mi vida, Gaspar?». Nos despedimos con nuestros secretos. Lo esperan en el Palacio de la Moneda. Ya lo echo de menos. «Si quieres que escriba tu libro, tengo que ir a Atacama», le susurro. Y saco los billetes para que Adela Reina, mi esposa, y yo libremos una batalla literaria. Adriana y Omar nos aguardan ochocientos kilómetros al norte de Santiago.
Me faltan dos Pablos, Milanés y Neruda. Yo pisaré las calles nuevamente. Y recomendaré a sus psicólogos que los mineros los atiendan a ellos. Estarán más lúcidos.