Libros
El gran maestro
Cuando era niño, recuerdo que vi un chiste en una revista. Era una viñeta en la que hablaban un joven y un viejo. El trazo del dibujo era muy personal, cómico. Los dos personajes quedaban perfectamente retratados y parecían discutir civilizadamente. En el texto, el joven le decía al viejo que probablemente los dos tuvieran razón pero que, inevitablemente, él la tendría más tiempo. Me gustaba mucho el dibujo de aquel chiste (de trazo grueso pero ágil, de pincelada traviesa) pero todavía me gustaba más la paradoja del texto que el autor había puesto debajo. Me parecía que era de una sutileza finísima y que conseguía converger en una sola argumentación, aparentemente absurda, muchos rasgos de la vida humana. El chiste estaba firmado por un dibujante llamado Antonio Mingote y a mí me pareció un genio. Muchos años después de estos sucesos (esta semana sin ir más lejos), Mingote, que debe tener si no calculo mal cosa de noventa y tres años, ha notificado a su periódico que piensa seguir dibujando, pero que le parecería cortés que tuvieran a bien permitirle hacerlo sin la obligación diaria. A raíz de ello, me he dado cuenta de que Mingote tiene casi medio siglo más que yo. Era ya un hombre maduro cuando me descubría el mundo, hace muchos años, a través de una viñeta. Cuántas cosas pasan en medio siglo, cuánto no habrá visto en esos casi cincuenta años de diferencia. Su notificación, a pesar de ello, es de una modestia y una retranca adorable. Es la carta de un hombre discreto que seguramente objetaría a sus admiradores que le consideraran genio. Puede que ambos, tanto Mingote como los admiradores, tengan, en ese caso, parte de razón. Pero creo que probablemente, para su gloria, sus admiradores jóvenes la tendrán más tiempo.
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